lunes, 5 de abril de 2010

EL SEGUNDO CONSULADO.

El Paraguay al borde de la anarquía

A punto estuvieron de cumplirse las profecías de quienes vaticinaron el advenimiento de la anarquía a la muerte del doctor Francia. El día de su fallecimiento, los comandantes de los cuarteles de la capital, Agustín Cañete, Pablo Pereyra, Miguel Maldonado y Gabino Arroyo, se hicieron cargo de la situación y el 24 se constituyeron en Junta de Gobierno bajo la presidencia del alcalde Manuel Antonio Ortiz. Esta Junta era hechura del temible actuario del difunto dictador, Policarpo Patiño, cuyo auge fue efímero. Perseguido por el odio popular, fue presentado baja la acusación de conspirar para hacerse dictador, y poco después se le encontró ahorcado en la prisión. La opinión pública se orientó firmemente en el sentido de reclamar la convocación de un Congreso.

El 21 de enero de 1841 una asonada militar, dirigidas por los sargentos Duré y Ocampos, depuso a la Junta y constituyó un Triunvirato integrado por el alcalde Juan José Medina y los ciudadanos José Gabriel Benítez y José Domingo Campos. Su única misión era convocar un Congreso General para constituir el Gobierno definitivo; pero acusado de ejercer funciones que no se le atribuyeron y de dilatar la convocación del Congreso, fue derrocado el 9 de febrero, asumiendo el Gobierno, con el título de Comandante General de Armas, el comandante del cuartel de San Francisco, Mariano Roque Alonso, quien tenía la obligación precisa de inaugurar el Congreso el 12 de marzo de 1841.

Surge la figura de Carlos Antonio López
Los militares dominaban aparentemente la situación. El dictador los había elegido, no entre los más aptos y prestigiosos, sino entre aquellos que menos veleidades políticas podían tener. Desprovisto de aptitudes, pronto se dieron cuenta de su incapacidad para el Gobierno. Necesariamente se hicieron de “directores” ocultos, elegidos entre los funcionarios civiles allegados al extinto dictador. Policarpo Patiño fue el primero, y desaparecido le sucedió en el favor militar Juan Antonio Salduondo, también odiado por el pueblo. Mientras declinaba el prestigio de los colaboradores de la Dictadura, aumentaba el del abogado Carlos Antonio López. Catedrático del Colegio de San Carlos, quien hacía largos años se había refugiado prudentemente en Villa del Rosario. Nada tenía que ver con la Dictadura, y en su voluntario confinamiento había completado, mediante la lectura, su ilustración, que era bastante general. Amigo del comandante Alonso, apenas supo la muerte del dictador bajó a la capital y se convirtió en su diligente consejero; no le fue difícil adquirir pronta ascendencia en los cuarteles, que frecuentaba con asiduidad.

El Congreso restablece el Consulado
Cundo los congresistas del campo llegaron a Asunción, cundió entre ellos la versión de que el doctor Francia antes de morir, había recomendado a Carlos Antonio López como a su sucesor. La especie conmovió a los campesinos. Entre los enemigos del dictador, López también gozaba de popularidad, pero por otras razones se atribuía a su influencia de libertad de los numerosos pesos políticos producida después del motín del sargento Duré. El Congreso inaugurado el 12 de marzo de 1841, fue fácilmente manejado por los partidarios de López. El diputado Juan B. Rivarola propuso que el Congreso dictara una Constitución, pero López no dejó prosperar la idea. Se resolvió restablecer la institución del Consulado, designándose para ejercerlo a Carlos Antonio López y a Mariano Roque Alonso; sólo en apariencia fueron investidos de igual jerarquía. El consulado debía durar tres años y se le autorizó a entablar relaciones con los demás Gobiernos. Se establecieron condiciones para el comercio fluvial sólo hasta Villa del Pilar, pues el país, aunque ansioso de romper su largo aislamiento, no lo quería hacer sino a medias.

Se inicia la vida exterior del Paraguay
La caótica situación de las provincias argentinas no afirmó a los cónsules a entrar de lleno en la vida internacional. Corrientes gestionó el apoyo paraguayo en la guerra contra Rosas, que fue negado, pero se consistió en firmar el 31 de julio de 1841 dos tratados provisionales, indispensables para iniciar el comercio siquiera con la fronteriza provincia de Corrientes: uno de los convenios era de amistad, comercio y navegación, y otro de límites. El Uruguay manifestó deseos de ajustar otro tratado; Inglaterra, por boca de Palmerston, cuando aún vivía Francia, también había expresado sus propósitos de establecer relaciones amigables. Los cónsules adoptaron una actitud recelosa al contestar a esos propósitos.

Por los tratados con Corrientes el Gobierno paraguayo no se proponía tomar partido en la guerra contra Rosas, ni menos desconocer la unidad de la Confederación argentina, cuyos derechos fueron salvados. Solo buscaba abrir puertas al comercio del Paraguay. Para encausarle se dictó un reglamento de aduanas y varias otras disposiciones para la navegación, la que no podía realizarse sino hasta Pilar. Al mismo tiempo se levantó para los extranjeros la prohibición de abandonar el país. Artigas no quiso hacer uso de esta opción; prefirió quedar en el Paraguay y los cónsules le trajeron de su lejano confinamiento, dándole cómodo alojamiento en Ibiroy, cerca de Asunción, en donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en el año 1851.

Fomento de la instrucción pública
La instrucción superior abandonada por la Dictadura, mereció atención preferente del Consulado. El 30 de noviembre de 1841 decretó la creación de la Academia Literaria, cuyos cursos comenzaron con las cátedras de Castellano y Latín, con ciento cincuenta alumnos dirigidos por dos jesuitas venidos de Buenos Aires. La instrucción primaria también recibió considerable impulso, destinándose diez mil pesos para las escuelas rurales.

Se prohíbe opinar sobre el doctor Francia
Después de la muerte del dictador y libertados los presos políticos, estos llevaron a sus hogares su odio enconado e irreductible. Las calles se llenaron de pasquines contra la memoria del doctor Francia, y su obra fue tema de encendidades de discusiones.

Los restos maltrechos del antiguo patriciado y la clase mercantil hacía al difundo dictador objeto del más ardiente odio; en cambio el doctor Francia encontraba defensores en la masa campesina. El Gobierno consular, que vió en estas controversias la raíz de posibles formaciones partidistas y un comienzo de anarquía, por bando del 31 de diciembre de 1841 prohibió opinar, bajo severas penas, a favor o en contra de la Dictadura.

Reformas administrativas y económicas
El consulado introdujo importantes innovaciones en el sistema de percepción de las rentas. Organizó un régimen de sellados; luego se decretaron impuestos para la colectoría de Villa Encarnación y del campamento de San José y se dictó una ley de “arreglo de derechos en los puestos de las Villas de Costa Arriba”; para el sostenimiento del culto se restableció la ley de diezmos.

Se adoptaron medidas para el beneficio de los campesinos, entre quienes fueron distribuidos útiles y animales para la labranza. Fueron canalizados algunos ríos y arroyos para ayudar a los estancieros perjudicados por la sequía; se mejoraron caminos, se fundaron pueblos y se arrendaron terrenos fiscales.

Hasta entonces el Paraguay no tenía sistema monetario propio. Las transacciones comerciales se efectuaron, a base de permutas, o con las monedas españolas o de los países vecinos. El Consulado dispuso la creación de la moneda nacional, mandando acuñar numerario con el metálico existente en la Tesorería General del Estado. Esto dio impulso al comercio; se reanimaron las industrias existentes y se crearon otras nuevas.

Estatuto de la Administración de Justicia
Fue dictado el “Estatuto provisorio de la administración de Justicia”, que por primera vez consagraba en el Paraguay la independencia Judicial. El Gobierno continuaba siendo juez privativo en las causas de traición a la República o conjuración contra el orden público. Empero se dejaban subsistentes las leyes de Castilla, las de las partidas y las de Toro en las partes que no tenían oposición con la legislación nacional. El Estatuto fue complementado con un minucioso “Reglamento para los jueces de paz”.

Para descargar al Gobierno de funciones impropias de su dignidad se creó el departamento de policía, al cual se encargó no solo la atención del orden social y la prevención y represión de los delitos sino también la reforma de las costumbres. La “Reglamentación de la policía” fue un verdadero código de la vida social.

La libertad de vientres
Siendo su plan de reforma sociales, el Consulado acordó la libertad de algunos esclavos del Estado, distribuyó tierras a los indios y les liberó de todo gravamen. El 24 de noviembre del año 1842 decretó la libertad de vientres. Se prohibió por la misma ley el tráfico de esclavos, tendiéndose con estas medidas a la eliminación progresiva de la esclavitud.


Atención al culto católico
Con gran satisfacción del pueblo, que conservaba vivos sus sentimientos religiosos, el Consulado dedicó atención preferente al culto católico, tan abandonado durante la Dictadura. Se construyó una nueva Catedral; se entablaron negociaciones con la Santa Sede y se propuso la rehabilitación del Obispado. Mientras el papa Gregorio XVI consideraba la propuesta paraguaya, el Gobierno, apremiado por el estado de desamparo en que se encontraba la Iglesia, designó un vicario interino y puso interés en la reorganización del clero.

Reorganización del Ejército
También el ejército fue objeto de reformas radicales. Durante el régimen dictatorial no había reglas fijas para la organización y manejo del servicio militar; el tiempo del servicio dependía de la voluntad del dictador. El Gobierno consular licenció a todos aquellos que habían excedido racionalmente el tiempo del servicio y fijó en tres años el periodo militar.


Los cónsules se enteran del pensamiento de Rosas
Los enemigos de Rosas hicieron llegar a los cónsules una carta en la que aquél revelaba confidencialmente al gobernador de Santa Fe su pensamiento contrario a la independencia del Paraguay. Esta carta produjo inquietud en Asunción. ¿Se proponía Buenos Aires reabrir el pleito sobre la independencia paraguaya? El órgano de Rosas, “Gaceta Mercantil” enterado, de que aquella carta había llegado a poder de los cónsules paraguayos, se apresuró a declararla apócrifa. No obstante los gobiernos europeos decidieron enviar representantes diplomáticos al paraguay, Rosas puso trabas a su tránsito por aguas argentinas. El enviado inglés Jorge J. Robert Gordon a duras penas pudo llegar a Asunción; los cónsules se dirigieron a Gondon para pedirle que les “trasmita auténticamente las ideas políticas del Gobierno de Buenos Aires relativas a esta República”. El diplomático inglés les informó entonces que “el Gobierno de Buenos Aires no había reconocido este país como Estado Independiente y por lo tanto no permitía a agentes públicos o particulares pasar por el territorio de la Confederación”. Tan pronto como se recibió esta respuesta se convocó un Congreso extraordinario con el objeto principal de ratificar la independencia nacional.

El Congreso de 1842
Ciertamente a pesar de ser la independencia del Paraguay un hecho innegable, no existía documento oficial que estipulase, de jure, en la solemne forma acostumbrada por los demás naciones americanas, la voluntad nacional de mantener contra todos la soberanía y la autonomía del Paraguay. Los esfuerzos del Consulado para obtener el reconocimiento de la independencia por las naciones extranjeras tropezaban con ese inconveniente, y para salvarlo convocó la reunión del Congreso General Extraordinario, que bajo la presidencia del cónsul Carlos Antonio López se abrió el 25 de noviembre de 1842. En primer término los cónsules informaron sucintamente de los actos de la administración desde la formación del nuevo Gobierno. El Congreso aprobó el mensaje y ratificó decretos dictados por el Gobierno desde su creación, le concedió diversas autorizaciones legales y aprobó, tal como lo solicitaba el Consulado, el acta de ratificación de la independencia nacional y la ley de creación de los símbolos nacionales.

Ratificación de la independencia nacional.
El mismo día de su apertura, 25 de noviembre de 1842, el Congreso General Extraordinario aprobó con gran solemnidad la declaración de la independencia nacional. “La República del Paraguay – dice el artículo 1º del importante documento – es para siempre de hecho y de derecho una nación libre e independiente de todo poder extraño”. Los considerados del acta expresaban: “que nuestra emancipación e independencia es un hecho solemne e incontestable en el espacio de más de treinta años; que durante este largo tiempo y desde que la República del Paraguay se segregó con sus esfuerzos de la metrópoli española para siempre, del mismo modo se separó de hecho de todo poder extranjero, queriendo desde entonces con voto uniforme pertenecer a sí misma, y formar como ha formado una nación libre e independiente bajo el sistema republicano, sin que aparezca dato alguno que contradiga esta explícita declaración; que este hecho propio de todo Estado libre se ha reconocido a otras provincias de Sub América por la República Argentina y no parece justo que aquélla se desconozca a la República del Paraguay, que además de los justos títulos en que lo funda, la naturaleza le ha prodigado sus dones para que sea una nación fuerte, populosa y profunda en recurso y en todos los ramos de la industria y el comercio; que tantos sufrimientos y privaciones anteriores fueron consagrados con resignación a la independencia de todo dominio y poder extraño; que consecuente a estos principios y al voto general de la República, para que nada falte en la base fundamental de nuestra existencia política, confiados con la Divina Providencia declaramos solemnemente…”

Sanción de los símbolos nacionales
En la misma fecha, el Congreso sancionó la ley del pabellón nacional. Se declaró en ella que el pabellón de la República sería el mismo que hasta entonces había tenido la Nación: una bandera de tres fajas horizontales, roja, blanca y azul. Sobre la franja blanca del escudo nacional, con una palma y un ramo de olivo, resaltando en medio una estrella. En la orla una inscripción que decía: “República del Paraguay”. En el lado opuesto un círculo con la leyenda “Paz y Justicia” y en el centro un león, en la base del gorro frigio, símbolo de la libertad. El escudo primeramente descrito debía también servir de sello nacional, y el otro, de sello de Hacienda.

Antes de pasar a receso el Congreso otorgó diversas autorizaciones al Consulado. Le facultó a poblar el Chaco dentro de los límites de la República, a crear el Senado Eclesiástico, a guardar con todas las naciones extranjeras “una amistad pura sin género de pactos”, con la más estricta neutralidad de los asuntos internos de las mismas, excepto en caso de una necesaria alianza ofensiva o defensiva con los Estados vecinos. Se prohibió al Gobierno conceder o permitir la tolerancia de sectas religiosas y la libertad de cultos, y por último el Congreso concedió a los cónsules facultades extraordinarias hasta su próxima reunión, a efectuarse en 1844.

El 25 de diciembre de 1842 tuvo efecto en todo la República la jura de la independencia nacional. Los vecinos principales de la capital y del agro procedieron al juramento de acuerdo con la siguiente fórmula: ”¿Juráis ante Dios conocer y sostener la integridad, libertad e independencia de nuestra República?” Esta fecha fue declarada fiesta cívica.

Medidas militares ante los sucesos argentinos
Al mismo tiempo que los cónsules remitían al Gobierno de la Argentina y de los demás Estados americanos y europeos del acta de la independencia, solicitando su oficial reconocimiento, los sucesos políticos de Corrientes les obligaron a adoptar medidas de precaución militar. El gobernador de esa provincia, Pedro Ferré, después de la derrota de Arroyo Grande, fue depuesto de su cargo y solicitó asilo en el Paraguay, para sí y sus partidarios. Los cónsules se lo otorgaron el 15 de diciembre, pero obligando a Ferré a seguir viaje al Brasil, con pasaporte y custodia paraguayos. Y temiendo una invasión del territorio nacional por los partidarios de Rosas, triunfantes en Corrientes, ordenaron el acuartelamiento de las tropas, nuevas levas y otras medidas militares.

Se envía una misión especial en Buenos Aires
Para obtener el reconocimiento de la independencia nacional por el Gobierno de la Confederación argentina, fue destacada don Andrés Gill, secretario general del Gobierno. Fue portador de una nota en que se comunicaba las resoluciones del Congreso, recalcándose firmemente consignada “la base de estricta neutralidad de las disensiones que se agitan en los Estados vecinos”. El emisario Gill no logró obtener de Rosas una respuesta definitiva. Rosas no estaba dispuesto a admitir la autonomía paraguaya, pero no creía que las circunstancias fueran propicias para reanudar un debate abruptamente cerrado treinta años atrás. Acababa de iniciar el sitio de Montevideo, cuyo Gobierno no respondía a sus inspiraciones, y estaba en serio conflicto con el Brasil, Francia e Inglaterra. No deseaba que una negativa enérgica arrastrara al Paraguay al partido de sus enemigos y entretuvo a Gill con largas conversaciones.

Rosas no reconoce la independencia paraguaya
No pudo Rosas proteger por mucho tiempo la respuesta escrita a la comunicación oficial del Paraguay, y lo hizo en términos comedidos y prudentes, lamentando no poder satisfacer los deseos del Gobierno del Paraguay y anunciando el envío de un agente confidencial para comunicar de viva voz “los gravísimos inconvenientes que ofrece la independencia de ese país”, con la reserva de que, cualquiera que fuese la reacción que produjera esta determinación, “jamás las armas de la Confederación Argentina turbaran la paz y tranquilidad del pueblo paraguayo”. El agente no fue enviado, pero en un memorándum confidencial Rosas enumeró las razones que le impedían reconocer la independencia del Paraguay. No hacía valer derechos sobre el Paraguay sino que alegaba los inconvenientes que había para proceder a ese reconocimiento y las ventajas que le reportaría unirse a la Confederación. Anotaba “que reconocida la independencia del Paraguay, se llenaría de ministros y cónsules extranjeros que procurarían envolverlo en cizaña como acontecía en Buenos Aires y hasta conquistarlo si pudiesen” y “que, por el contrario, incorporándose a la Confederación formaría una grande nación que impondría respeto a los extranjeros; que la Confederación era muy buena y que el Gobierno de Buenos Aires no se metía con las provincias confederadas; que cada una vivían según su constitución y sus leyes”. El Gobierno de Buenos Aires “no reconocía ni desconocía la independencia”, y estaba dispuesto a dar licencia a los extranjeros y montevideanos para comerciar con el Paraguay, pero bajo ningún convenio y con pabellón argentino, “porque el Río de la Plata y el Paraná pertenecen a Buenos Aires de hecho y de derecho de costa a costa”

El primer reconocimiento
El primer reconocimiento formal de la independencia paraguaya lo formuló la República de Bolivia por medio de la Convención Nacional reunida en Sucre, el 17 de junio de 1843. Después lo hizo el Gobierno de Chile; y el Emperador del Brasil anunció el envío de una misión con ese mismo objeto.

Se entables relaciones comerciales con Buenos Aires
La respuesta de Rosas no contenía una negativa cerrada y permitió alentar esperanzas hacia un futuro entendimiento. Los cónsules creyeron posible, en esas condiciones, entablar relaciones comerciales con Buenos Aires, suspendidas desde años atrás, y contestaron la nota de Rosas formulando una enfática ratificación de la voluntad paraguaya de mantenerse libre e independiente. “La República del Paraguay guiada por la experiencia, ha venido a confirmar lo que mejor le conviene a su futura suerte. Conoce lo que ella vale. De nadie es émula ni rival. Ella sola se basta para cuanto quería. Ha demostrado en largo tiempo su moderación y justicia, y será libre e independiente, porque quiere serlo”. Pero al mismo tiempo la nota paraguaya expresaba la esperanza de que mientras se llegaba a un acuerdo “halagante a los designios nacionales”, Buenos Aires no opondría obstáculo alguno el comercio de ambas Repúblicas, “ni a sus relaciones amigables, ni al progreso de sus simpatías”. El Gobierno de Buenos Aires no puso trabas al intercambio comercial.

Por primera vez llegó a Buenos Aires un convoy con productos del Paraguay, enviado por el Consulado bajo el cuidado de Manuel Pedro de la Peña, quien al mismo tiempo fue investido de la calidad de agente del Gobierno para tratar con los diplomáticos extranjeros el reconocimiento de la independencia del Paraguay. Peña encontró en Rosas toda clase de facilidades para el cumplimiento de su misión comercial. Para demostrar su buena voluntad, el gobernante porteño consistió en la venta de una partida de armas destinadas al Ejército paraguayo. Después de tanto tiempo de aislamiento, al fin el Paraguay podía hacer llegar sus productos a Buenos Aires y canjearlos por las armas que necesitaba para su propia defensa.

Establecimiento de la primera imprenta
En esta época se estableció la primera imprenta del Paraguay independiente. La provincia del Paraguay había sido asiento, durante la administración española, de la primera imprenta del Río de la Plata, instalada por los jesuitas en las Misiones guaraníes. Pero el Paraguay propiamente dicho carecía de ese precioso instrumento de cultura. El Consulado llenó esa increíble omisión. Adquirió un plantel gráfico y estableció la primera imprenta nacional, en la que fue editado el primer periódico paraguayo, denominado el Repertorio Nacional, que no pasaba de ser un registro de leyes y disposiciones administrativas. Por esta misma imprenta se tiraron varios libros, algunos de texto, y otros de mayor importancia, como La Argentina, de Ruy Díaz de Guzmán.

La obra del Consulado prestigia a López
El 9 de febrero de 1844 fue convocado el Congreso General para el 13 de marzo. La obra del Consulado había sido de no escasa importancia. El país quedaba organizado legalmente, y la anarquía evitada. Ratificada su independencia, el Paraguay se aprestaba a defenderla no en el aislamiento como lo había hecho el doctor Francia, sino en las controversias diplomáticas o por las armas. Rota la clausura, el país se presentaba en el mundo para reclamar el puesto que le correspondía. Rosas, desde Buenos Aires, asechaba con la mecha encendida. El poderoso dictador, que no había temido desafiar las iras de Francia e Inglaterra, no se atrevía sin embargo a lanzar al guante al pequeño país que emergía desde sus selvas, libres de los males de la anarquía, pujante y disciplinario.

Para la gran lucha que todos adivinaban, el Paraguay tenía puesta su confianza en Carlos Antonio López. El peso de la administración durante los tres años del Consulado había recaído íntegramente sobre sus hombros. Su prestigio en la opinión pública y en el Ejército estaba sólidamente asentado. El comandante Alonso, su fiel y abnegado compañero de gobierno, se preparaba a volver a la oscuridad. Carlos Antonio López iba a quedar solo en la escena.


Bibliografía: Efraím Cardozo. Paraguay Independiente.

7 comentarios:

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