viernes, 4 de diciembre de 2009

LA DICTADURA DEL DOCTOR FRANCIA

LA DICTADURA DEL DOCTOR FRANCIA
El congreso proclama Dictador al doctor Francia.
El 13 de octubre de 1814 inició sus sesiones el Congreso. Fue elegido presidente el doctor Francia, quien, en el discurso inaugural, aconsejó la formación de un Gobierno personal para la mejor defensa de la independencia nacional. Había partidario de la subsistencia del Consulado, y otros que no lo eran propusieron la designación de Yegros para el Gobierno unipersonal. Mariano Antonio Molas propuso al doctor Francia como dictador. La discusión se prolongó, pero terminó cuando las tropas que obedecían a Francia hicieron un sospechoso despliegue en torno al templo donde se reunía el Congreso. La mayoría de los votos campesinos apoyó al doctor Francia, quien fue designado “Dictador Supremo de la República” por un período de cinco años. Se le autorizo a constituir el Tribunal Supremo y a ejercer potestad judicial mientras tanto. Al día siguiente clausuró sus sesiones el Congreso, después de resolver su reunión anual, cada mes de mayo, de disminuir el número de diputados a 250 de recoger el juramento del flamante dictador. Asunción recibió con regocijo popular la ascensión del doctor Francia al Poder Supremo. Las sombras cayeron sobre el Paraguay.

Se apaciguan descontentos en la tropa.
La exclusión de Yegros del Gobierno suscitó propuestas en la oficialidad de una de las unidades militares de la capital. El capitán Pedro Juan Caballero, que había regresado de su confinamiento, aplacó en sus comienzos el descontento de los militares, consiguiendo convencerles de que debía acatar el nuevo Gobierno. El doctor Francia procedió con tacto y habilidad. No adoptó ninguna medida, pero al mismo tiempo que creaba un fuerte batallón de granaderos para su guardia personal, con elementos que le respondían por entero, alejó paulatinamente de la capital a los descontentos. La depuración del ejército continuó durante mucho tiempo hasta que de él desaparecieron las trazas de toda otra influencia. Los no adictos al doctor Francia fueron reemplazados por individuos del interior, de baja extracción, aunque partidarios decididos del dictador y a los cuales se cuidó de no otorgar sino graduaciones inferiores.

Se restablecen los monopolios.
Unos de los objetivos principales de la Revolución había sido la supresión de los monopolios. El dictador los restableció, comenzando por la madera, de gran demanda en Buenos Aires. El Estado era el único comprador y no la revendía sino a los comerciantes que traían armas y municiones. Poco a poco fue extendiéndose el sistema a los demás productos. De este modo el dictador se proveía de elementos para organización del Ejército y regía el comercio con el exterior.

Medidas contra los eclesiásticos españoles.
El partido españolista tenía sus últimos baluartes en la clase eclesiástica. El doctor Francia tomó medidas para suprimir el peligro. Exoneró de sus empleos y oficios a varios de ellos y les privó de sus funciones a menos que acreditaran “adhesión constante y decidida a la actual constitución, libertad e independencia absoluta de esta República”. Por otro decreto desligó a las comunidades religiosas establecidas en el país de toda sujeción extranjera, haciéndolas depender exclusivamente del obispo diocesano. Fue suprimido todo vestigio de la Inquisición.

Buenos Aires pide nuevamente auxilio.
Elevado el general Carlos de Alvear al Gobierno de Buenos Aires, procuró reanudar las relaciones con el Paraguay, suspensas desde el fracaso de la misión Herrera. La causa de la independencia americana pasaba por un momento crítico. En España se preparaba una fuerte expedición para la conquista del Río de la Plata. Mas que nunca era necesario el auxilio militar del Paraguay. Alvear se dirigió a Francia solicitando el envío de tropas y efectos del país, a cambio de cañones y armas para que las fronteras del Paraguay no quedasen indefensas. Ya no se hacían hincapié en el tratado del 12 de octubre. Buenos Aires invocaba ahora la adhesión del Paraguay a la causa común de la libertad. Poco después insistió Alvear en su solicitud llegando a ofrecer a Francia 25 fusiles por cada 100 reclutas enviados. La posición de Alvear irritó a Francia. No concebía que se quisiera negociar con la sangre de los paraguayos. ¡Hombres por fusiles! Rehusó entrar en tratos; adoptó un nuevo e inusitado procedimiento: dejó sin respuesta la nota de Buenos Aires y “sin embargo poco había que hacer para contestar a tales oficios, pues no se reducen más que a remover asuntos antiguos ya ventilados muchas veces, fenecidos y olvidados en el día”

El Paraguay es invitado al Congreso de Tucumán.
La descortés actitud del dictador no descorazonó al Gobierno de Buenos Aires. Resuelta la reunión en un Congreso en Tucumán para decidir definitivamente el destino de las Provincias del Río de la Plata, cuatro veces durante 1815 el director Alvear invitó al Paraguay a enviar sus diputados. El dictador conceptuó la invitación atentatoria a la independencia nacional; tampoco contestó a estos oficios, y a los barcos armados que vinieron expresamente conduciendo la correspondencia no les permitió subir más arriba de Pilar. Comenzaban a echarse los cerrojos del país. El Gobierno de Buenos Aires no pudo conocer el pensamiento del Paraguay, pues el dictador lo explayó sólo a sus subordinados a quienes explicó que era insultante “pretender que una República independiente envíe diputado a un Congreso de las provincias de otro Gobierno”.

Se teme una invasión de Artigas.
El dictador no aceptaba entablar relaciones de ninguna clase con Buenos Aires, y de igual modo siguió rehusando su apoyo a Artigas. El jefe oriental dominaba la Mesopotamia hasta Corrientes y buscaba, sin ahorrar procedimientos, la alianza paraguaya contra Buenos Aires. No tuvieron éxito sus gestiones ante Francia y tampoco consiguió que Yegros y Cabañas, produjeran un movimiento subversivo dirigido a formar un Gobierno favorable a sus miras. Artigas dispuso por indiferencia paraguaya, tomó represalias. Sus tropas ocuparon Candelaria y confiscaron en Corrientes un importante cargamento de armas destinado al Gobierno de Asunción. Todo hacía presumir en julio de 1815 una invasión. El dictador puso al país en estado de defensa. Envió tropas a una flotilla al Paraná; movilizó contingentes en Asunción, Paraguari y Villa Rica, y se aprestó a resistir con 4.000 soldados en al capital. Artigas, esperaba una invasión paraguaya, amenazado por los portugueses abandonó sus planes hostiles. El dictador licenció las tropas y quedó convencido de que la independencia del Paraguay tenía muchos enemigos y que no todos ellos estaban en Buenos Aires.

Se proclama dictador perpetuo a Francia.
No esperó el doctor Francia los cinco años que le señaló en Congreso de 1814 como plazo de duración de su gobierno. Convocado para fines de mayo de 1816 un nuevo Congreso, sus emisarios propagaron la necesidad de declarar la perpetuidad de la Dictadura. En la capital surgieron disidencias. Las encabezaba Mariano Antonio Molas, hasta entonces partidario de Francia, quien sostenía que la perpetuidad en el gobierno violaba los principios republicanos. En la sesión inaugural del 30 de mayo de 1816, el Congreso no llegó a ningún acuerdo; cuando el 1º de junio prosiguió sus sesiones, cuatro compañías de infantería estaban formadas frente al templo de la Merced. La precaución era innecesaria. El diputado Manuel Ibáñez, representante por Villa Real, ensalzando la personalidad del doctor Francia, pidió que el Congreso le proclamase dictador perpetuo “con calidad de ser sin ejemplar”, la Asamblea, puesta en pié, así lo hizo. Resolvió que el Congreso General se reuniera cada vez y cuando el dictador lo tuviese por conveniente. Mientras vivió el doctor Francia no creyó necesario convocarlo. Hasta 1840 el Paraguay no conoció más voluntad que la suya.

La concentración de poderes.
Los dos Congresos que crearon la Dictadura y la perpetuaron, no la reglamentaron, ni siquiera la definieron. Ignoraron en que consistía. Sólo sabían que su objeto era la conservación de la independencia nacional. Dejaron que el nuevo sistema de gobierno se constituyera según el criterio del doctor Francia, en cuyo patriotismo tenían que confiar. Jamás se construyó el Tribunal Supremo; Francia legislaba y juzgaba. El único órgano del Estado era el dictador, que concentró en sus manos todos los poderes, incluso el religioso. Francia no solo fue jefe de Estado sino también de la Iglesia paraguaya. Suspendió al obispo sin consultar con Roma y declaró que el Gobierno “no está, ni puede, ni debe estar ligado y ceñido a ninguna de las llamadas prácticas y disposiciones canónicas; siendo y debiendo ser solamente su regla el interés del Estado”. Francia decretó que para poder alistarse en las cofradías o congregaciones religiosas debía acreditarse previamente un verdadero patriotismo y adhesión a “la justa, Santa y Sagrada causa de la Soberanía de la República”.
El doctor Francia se convirtió en el único motor de la Administración, y sin su autorización nada se hacía. Dotado de capacidad de trabajo y de aptitudes variadas, resolvía todos los asuntos, era el juez que entendía en todas las causas, el general e instructor de las tropas, el ingeniero y maestro de obras de los trabajos públicos, el director de las maestranzas, ejercitado, con incansable ardor. En el campo se hacía sentir su celo con no menor minuciosidad, a través de las más largas distancias. En correspondencia constante y extensa con los delegados, éstos recibían instrucciones detalladas sobre los más variados e insignificantes detalles. La menor desobediencia acarreaba graves penalidades, y el dictador sabía, por medio de una vasta red de espionaje, si sus órdenes eran cumplidas. El doctor Francia cumplía esta labor personalmente. Los tres ministros de Estado no eran sino amanuenses o autorizantes de los oficios que el dictador no se dignaba firmar.

Supresión de actividades políticas.
Establecida la dictadura, fue suprimida toda clase de actividad política. La simple emisión de opiniones desfavorables al Gobierno era castigado como un crimen ordinario; las cárceles se poblaron de desafectos a al Dictadura y a ella se iba a parar por simples delaciones. Las persecuciones estaban principalmente dirigidas contra las clases pudientes. A la prisión seguían las confiscaciones de bienes; muchas familias de la aristocracia quedaron en la indigencia.
El clero no escapó de los rigores dictatoriales. Las ejecuciones se efectuaban después de sumarios juicios, dirigidos personalmente por el dictador. Los simplemente sospechosos fueron destinados a la colonia penal Tebegó, en el Alto Paraná, en un lugar insalubre. El orden y la tranquilidad imperaron en el interior.

La conspiración del año 20 (1820).
Al compás de las medidas de rigor, el descontento cundía en las clases superiores. Los españoles estaban privados de todos sus derechos; la vieja aristocracia reducida a la impotencia, perseguida y empobrecida. Más que nadie, la clase militar, autora de la Revolución, se veía oprimida y vejada. Los héroes de Paraguarí y Tacuarí ni siquiera tenían libertad de dedicarse a sus actividades particulares, obligadas a vegetar en la inacción y en la oscuridad. En 1818 el coronel Baltasar Vargas emisario secreto del dictador supremo de las Provincias Unidas, había concebido el plan de sojuzgar al Paraguay, después de enterarse de los informes de Manuel José de Olavarrieta, estuvo en la capital y mantuvo contacto con los principales caudillos militares, ofreciéndoles la ayuda argentina para derribar al dictador. Vargas fue descubierto y medito a la cárcel, pero las reuniones de descontentos continuaron realizándose clandestinamente en Asunción. Los planes subversivos tomaron fuerza con tal motivo. Anónimos delataron al doctor Francia la conspiración, pero éste no atinaba a tomar medidas contra la flor y nata de la sociedad paraguaya y los más prominentes jefes militares que aparecían complicados. Ya no vaciló cando uno de los conjurados, en el secreto de la confesión, descubrió los planes. El Viernes Santo de 1820 el dictador debía ser asesinado al salir por la tarde a dar su paseo de costumbre. El capitán Montiel era el jefe del complot. Inmediatamente fueron apresados todos los sindicados, entre ellos los Yegros, Iturbe, Montiel, Aristegui y Acosta. La sombra cayó sobre Asunción.

El reinado del terror.
El descubrimiento de la conspiración del año 20 señaló el comienzo del terror. Francia castigó con terrible rigor la abortada rebelión, para extirpar de raíz cualquier oposición posible contra su gobierno. Durante un año dirigió personalmente el proceso de los complicados, que fueron sometidos a tormentos para que delataran a sus cómplices; sus familiares fueron reducidos a la indigencia. Nadie podía visitar a los reos de Estado. Para alejar cualquier peligro, Francia ordenó que en sus paseos por la ciudad los transeúntes se alejasen y las puertas y ventanas se mantuvieran cerradas; quienes espiaban sus pasos eran encarcelados. Francia paseaba por una ciudad muerta. Las calles eran muy angostas y arboladas, propicias a emboscadas. Su pretexto de urbanización, fueron ensanchadas, siendo derribadas, sin miramientos, centenares de casas y desguajados millares de árboles que daban característico encanto a la ciudad tropical. El temor y la desconfianza entraron en los hogares; cesaron las reuniones sociales. Pedro Juan Caballero, para escapar a la humillación del tormento, se suicidó en su calabozo.
El 17 de julio de 1821 fue puesto frente a un piquete de fusileros Fulgencio Yegros, el jefe militar de la Revolución. Los fusilamientos continuaron durante los días siguientes, siendo ajusticiados cerca de un centenar de personas, lo más caracterizado de la sociedad paraguaya. No quedo ninguna cabeza saliente; desaparecieron las fortunas. Francia gobernó, desde ese momento, solo y sin rivales, escaparon a apartados sitios del campo. Todos los españoles, sin excepción con el obispo y el ex gobernador Velazco a la cabeza, fueron encarcelados. Permanecieron en la prisión durante años, y sólo fueron liberados después de pagar exorbitantes multas, que les arruinaron. Velazco murió en una celda. Los santafecinos fueron arrojados a la cárcel, donde permanecieron ignorantes de la causa de su prisión hasta la muerte del dictador. Los argentinos en general fueron objeto de persecución implacable.

Artigas se refugia en el Paraguay
En los comienzos del terror se produjo un episodio que contrastó notablemente con la crueldad con que el dictador persiguió a sus opositores. En septiembre de 1820 el caudillo oriental José de Artigas, traicionado por su lugar teniente Francisco Ramírez, pidió asilo al doctor Francia. Este tenía larga cuenta de agravios con el dirigente uruguayo, le acogió hospitalariamente, señalándole la villa de Curuguaty como lugar de residencia y asignándole una pensión, aunque se negó a recibirle como eran los deseaos de Artigas. Ramírez, por intermedio de dos emisarios, pidió la extradición de Artigas a cambio de ventajas comerciales y la entrega de paraguayos adversarios del Gobierno refugiados en su jurisdicción. Francia no contesto los oficios de Ramírez retuvo prisioneros a los emisarios por considerar que “era un acto no sólo de humanidad, sino aun honroso para la República, el conceder asilo a un jefe desgraciado que se entregaba”.´
Despachado, Ramírez se aprestó a invadir el Paraguay con un ejército de 4.000 hombres y una escuadrilla que aprestó en Corrientes; Francia organizó inmediatamente la defensa. Ramírez trató de comunicarse con los caudillos militares encarcelados en Asunción, pero las cartas dirigidas a Yegros y Caballero no hicieron sino apresurar el fin de los infortunados conspiradores. Ramírez tuvo que abandonar sus planes, obligado por las alternativas de las luchas civiles en la Argentina, poco después moría en el campo de batalla.

El dictador quiere entrar en tratos con Inglaterra y Francia
El dictador pensó que la solución de los problemas económicos del Paraguay estaba en el restablecimiento de la antigua ruta trasatlántica. El Paraguay colonial había construido embarcaciones que cruzaron los mares, llevando sus productos a Europa. Cuando los hermanos Roberston, comerciantes ingleses que gozaban de su privanza, le anunciaron su propósito de retornar a Inglaterra, el dictador se explayó de sus planes. Les propuso hacerles sus intercambios ante el Gobierno inglés. En ausencia de los Roberston, el dictador permitió, en 1819, el ingreso al país del capitán francés Pedro Saguier, que se decía enviado del Rey de Francia, para abrir negociaciones mercantiles. Comerciando directamente con Inglaterra y Francia, el Paraguay estaría en condiciones de librarse de la servidumbre que le imponía su situación mediterránea. Pero Saguier no pudo mostrar credencial alguno que se aprobó que no era sino agente de su Gobierno encargado de contrarrestar la influencia de Inglaterra en América. El dictador miró desde entonces con gran desconfianza a todos los franceses; víctima de ese recelo fue el sabio naturalista Aimé Bonpland. El dictador vio en el otro agente secreto del Gobierno francés, y lo mantuvo confinado durante cerca de diez años.

Francia desea asegurar la libertad de navegación
Francia sostuvo con gran fuerza el derecho del Paraguay a navegar libremente por los ríos hasta el mar, sin cuyo ejercicio sería vano intentar todo comercio con Europa. El Paraguay no era dueño de navegar sus ríos. Entorpecían su navegación comercial miles de trabas. Los barcos eran constantemente registrados o saqueados por bandas que acechaban los convoyes paraguayos. El dictador veía en estos actos intentos de someter al Paraguay por la persecución económica, sostuvo incansablemente el derecho de disponer libremente de los ríos. En 1818 mandó bombardear Corrientes, y en lo sucesivo replicó cada depresión con la suspensión temporal de la navegación. Poco a poco el tráfico mercantil proveniente del Paraguay se volvió más escaso; las provincias del litoral, que vivían en buena parte, del comercio paraguayo, comenzaron a alarmarse. Estanislao López, que había reemplazado a Ramírez, escribió al dictador pidiendo la normalización del comercio y garantizando el libre tránsito de los buques. El nuevo gobernador de Corrientes Juan José Blanco y el Cabildo de esa ciudad se dirigieron a él en el mismo sentido. El doctor Francia no se digno a contestar a los oficios y por toda réplica acumuló grandes efectivos sobre el Paraná. No confiaba en la promesa de los gobernantes argentinos, para garantizar la libertad de navegación no encontraba sino un camino: la sujeción de Corrientes, centro de las tropelías que sufría el comercio paraguayo.

Se frustra el acuerdo con Inglaterra
La guerra con Corrientes entrañaba la radical rectificación de la política de aislamiento y neutralidad del dictador. Dirigida a asegurar la libertad de navegación, que le era indispensable para entablar negociaciones comerciales con Europa, estaba condicionada a la posibilidad de ese comercio. Una comunicación con el cónsul general de Inglaterra en Buenos Aires, Mr. Woodbine Parish, alentó sus esperanzas. El dictador sabía que Inglaterra era el campeón de la libertad de navegación y esperaba que concurriera a obtener lo que el Paraguay reclamaba. Sus expectativas quedaron amargamente defraudadas. Parish condicionó a su vez el envío de un cónsul y el establecimiento de relaciones entre el Paraguay e Inglaterra a un acuerdo previo con las provincias del Río de a Plata. El dictador se enteró del contenido del oficio y por toda respuesta se lo devolvió.
Descartada el comercio directo con Inglaterra, la expedición a Corrientes ya no tenía objeto; los planes agresivos del dictador fueron abandonados. El comercio con Europa era imposible, el que se realizaba tropezando con tantos obstáculos, con los países del Sur debía desaparecer. El dictador ordenó que cesara la navegación comercial al Río de la Plata. Los ríos quedaron desiertos; los puertos parecían cementerios de buques. Los productos se pudrieron en los depósitos. Se prohibió la entrada de todo comerciante. “Cuando la República sea libre de navegar hasta el mar se admitirá el que venga a comerciar”, declaró el dictador.

La clausura del Paraguay
Con la detención del tráfico fluvial al Sur se completó la clausura del país. Desde entonces, invisibles e impenetrables montañas se levantaron en torno del Paraguay. El territorio de la República fue señalado como cárcel inviolable de todos sus habitantes. Había órdenes estrictas para impedir la salida de ninguna persona y el solo intento se pagaba con la muerte. Los extranjeros que se hallaban en el Paraguay, en su mayoría comerciantes tuvieron que acompañar a los nativos en su suerte. Cunado el cónsul inglés en Buenos Aires se interesó por la suerte de sus compatriotas, Francia le contesto que habiendo ellos aportado por su voluntad “era natural que se acomodasen con las leyes temporales que exigiese la situación y circunstancias políticas del país”. Si el alejarse del país era empresa quimérica, el entrar en él era peligroso. Los miembros de una expedición dirigida por el francés Pablo Soria, que estudió las posibilidades de navegación del Bermejo, fueron enviados en Villa Real.

La defensa de los límites paraguayos
Toda correspondencia con el exterior quedó cortada. Los oficios que venían para el dictador eran admitidos, pero no contestados, y sus portadores quedaban prisioneros. Traer una carta para el doctor Francia se volvió empresa suicida. Ya nadie quería hacerlo, en vista de lo cual idearon los gobernantes de Corrientes el recurso de valerse de los indios y el dictador ordenó que éstos fueran “severamente escarmentados”. El dictador necesitaba divulgar en el exterior sus puntos de vista sobre los derechos territoriales del Paraguay. Así se supo que el Paraguay reivindicaba enérgicamente sus derechos sobre todo el Chaco, hasta el río Jaurú al Norte y hasta la isla del Atajo al Sur, y sobre la Misiones hasta el río Uruguay. Estas reivindicaciones eran reivindicadas por varios fuertes y se procedió a la ocupación permanente de las Misiones al Sur del Paraná. La violación de la soberanía nacional aparejaba terrible sanción. El mundo supo que no se violaba impunemente derechos territoriales del Paraguay.

El Paraguay se abastece a si mismo
Clausurado el país, el dictador lo organizó con el objetivo de abastecerse a sí mismo como una condición esencial para sostener la efectividad de su independencia. El dictador impuso normas para que el país produjera todo aquello de que se abastecía en las provincias del Sur, señalando a cada región la cantidad de especie de los cultivos. El Paraguay ya no necesitó de los cereales y algodón que introducía de Corrientes y Santa Fe. El Estado, convertido en el principal propietario como resultado de las confiscaciones, daba trabajo en las “estancias de la Patria” y en sus manufacturas a muchos ciudadanos. El Paraguay produjo todas las materias primas esenciales para su subsistencia. Para desarrollar su industrialización hacía falta artesanos y el dictador apeló al terror, cunado fue necesario, a fin de despertar las innatas aptitudes de sus compatriotas.

Se permite el comercio terrestre con Brasil por Itapúa
El Paraguay no podía producir todo cuando necesitaba. Le hacían falta armas, ciertos tejidos y drogas; necesitaba dar salida al excedente de su producción. No era posible mantener la clausura absoluta, sin peligrar los objetivos que con ello se perseguía. En 1823 el dictador había decidido abrir un respiradero al país, permitiendo que en Itapúa se efectuara intercambio de productos entre comerciantes paraguayos y brasileños. El comercio estaba sujeto a reglas estrictas para que no se perjudicara a la economía paraguaya ni se burlase el régimen del aislamiento. Itapúa era un sitio muy apropiado para la vigilancia. Los comerciantes brasileños podían pagar en numerario sus adquisiciones, pero de ningún modo admitir que los paraguayos hicieran lo propio: los primeros enviaban muestrarios de sus mercaderías a Asunción. El dictador elegía aquello que debía quedar para el Estado e imponía, a su arbitrio, los precios en productos nacionales. El resto quedaba entregado al juego de la competencia. Este comercio por Itapúa se mantuvo durante todo el periodo dictatorial.

Supresión del Cabildo
A fines de 1823, el Gobierno de Buenos Aires, a cargo de Rivadavia, intentó la reanudación de las relaciones políticas y comerciales con el Paraguay. Fue enviado para este efecto el doctor Juan García Cossío, quien, desde Corrientes, comunicó al doctor Francia que venía comisionado para elevar a su conocimiento y decisión la Convención Preliminar de Paz con España, firmada el 4 de julio de ese año. Para entregarle personalmente las comunicaciones y promover otros asuntos de conveniencia de ambos Estados pedía permiso para llegar a Asunción. El dictador no contesto la carta enviada por duplicado ni permitió retornar a los conductores. Algunos meses después, García Cossío, sin aspirar ya a ser recibido, intentó entablar correspondencia con el dictador. Buenos Aires deseaba que el Paraguay otorgase su presentación al plenipotenciario que a su gobierno había designado, para que en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata se trasladase a España a ajustar el Tratado definitivo de paz. Aunque la pretensión porteña irritó al doctor Francia, pues significaba el desconocimiento de la independencia del Paraguay, tampoco contesto el oficio. García Cossío regresó a Buenos Aires sin conocer la opinión del dictador acerca de sus comunicaciones. El Gobierno de Buenos Aires no reaccionó ante la ofensa que recibió; no deseaba un entredicho con un país que mantenía sospechosas relaciones con el Imperio del Brasil, con el cual la guerra era inminente.

Primeras misiones de Correa da Cámara
Si el dictador rehusó trato con Buenos Aires, otra acogida dispensó al flamante Imperio del Brasil. Proclamada la independencia de este país, el nuevo emperador se propuso entablar relaciones oficiales con el Paraguay, alentado por la acogida que los comerciantes brasileños encontraban en Itapúa. El 31 de mayo de 1824 extendió cartas patentes a Antonio Manuel Correa da Cámara, como cónsul y agente comercial del Imperio junto al Gobierno del Paraguay. Correa da Cámara pidió autorización para llegar a Asunción, enviando sus pasaportes. El dictador observó que en sus pasaportes no se daba al Paraguay ni a su gobernante el tratamiento que les correspondía, de República soberana y de Supremo Dictador. Correa da Cámara explicó que el equivocado tratamiento en modo alguno debía ser considerado un perjuicio de los derechos del Paraguay, y solo a la falta de uso y correspondencia entre los Gabinetes de Río de Janeiro y Asunción. Francia quedó satisfecho con la explicación. El 27 de agosto fue solemnemente recibido por el dictador en audiencia pública, con extraordinarios honores. Con júbilo escuchó Correa da Cámara de labios del dictador declaraciones amistosas para el Brasil. El enviado brasileño permaneció varios meses en Asunción, manteniendo numerosas conferencias con el dictador, quien en ningún momento le reconoció carácter diplomático, pero le formuló reclamaciones por las tropelías que los indios mbayaes hacían en el Norte bajo el ampara de los brasileños. Correa da Cámara abandonó Asunción con la promesa de regresar suficientemente acreditado para firmar un Tratado de reconocimiento de la independencia del Paraguay.
Correa da Cámara cumplió sus promesas. Volvió a Río de Janeiro, donde se hizo extender credenciales como encargado de negocios ante el Gobierno del Paraguay y con plenos poderes para ajustar y firmar con los plenipotenciarios “que fueran designados por el Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay” un Tratado de Paz, de Amistad y de Comercio. Al mismo tiempo eran embarcadas en una nave especialmente fletada las armas y municiones solicitadas por Francia y se le dieron instrucciones para reprimir las tropelías de los indios en el Alto Paraguay, a cuyo efecto quedó también designado comandante del Fuerte de Coimbra y sus fronteras. Desde el 27 de septiembre de 1827 hasta el 12 de junio de 1829 esperó vanamente Correa da Cámara, en Itapúa, la autorización para seguir el viaje a Asunción o que se le permitiera cruzar el territorio de la República hasta Coimbra. En esa última fecha el delegado de Itapúa le leyó un oficio del dictador en que le decían que no se le permitirían pasaportes por considerar inoportuna su legación, pues sus actitudes “no manifestaban sinceridad y buena fe, sino más bien siniestros fines y sospechosas intenciones”

Bolívar quiere conquistar el Paraguay
Si el Imperio del Brasil no reaccionó ante una ofensa semejante, el Libertador Bolívar no recibió con la misma impasibilidad los desaires del dictador del Paraguay. Agraviado por el doctor Francia, Bolívar, que acababa de dar cima a su empresa libertadora, puso sus ojos en el Paraguay con inequívocos designios de conquista. Bolívar había sido quien con mayor interés procuró obtener la liberación del sabio Bonpland. En 1823 escribió a Francia por diversos conductos solicitado la libertad del sabio francés, amenazando marchar sobre el Paraguay para lograrlo por la fuerza si no era escuchada su súplica. El doctor Francia no creyó que en honor a Bolívar debía alterar sus prácticas diplomáticas; no dio respuesta a los reiterados mensajes del Libertador. Poco acostumbrado a este tipo de trato, Bolívar estudió un plan invasión del Paraguay, por el Bermejo y el Pilcomayo, y dio instrucciones, en 1825 a su agente en Buenos Aires, el deán Gregorio Funes, para que gestionara el consentimiento del Gobierno argentino, al cual debía ser entregado el Paraguay una vez depuesto Francia y libertado Bonpland. El Gobierno de Buenos Aires se mostró adverso a la idea, por considerar que era odioso usar la fuerza para obligar a una provincia a entrar en el pacto de unión. Además temía que el primer amago de fuerza el Paraguay se adhiriese al Brasil, se tenía esperanzas de conquistar por buenas “el corazón rebelde del gobernador Francia”
Los plenipotenciarios argentinos general Carlos de Alvear y doctor J. Miguel Díaz Vélez, con la misión de solicitar la alianza de Colombia y el Perú con las Provincias Unidas para la guerra con el Brasil, que parecía inevitable. Bolívar en la primera conversación que tuvo con los delegados argentinos, se apresuró a reproducirles su proyecto de invasión del Paraguay, asegurándole que el objeto principal de la invasión tenía mucho de romántico y éste era libertar a Bonpland. Los diplomáticos argentinos manifestaron que su Gobierno o el Congreso argentino no autorizarían la empresa. El proyecto de Bolívar tampoco fue aceptado por el Gobierno de Colombia. Bolívar abandonó su plan. Bonpland continuó en su apacible cautiverio.

Borrego proyecta atacar al Paraguay
La oposición de Buenos Aires al proyecto de Bolívar obedeció a motivos del momento. En los prolegómenos de la guerra con el Brasil, Buenos Aires no quería crearse nuevos enemigos ni complicaciones. Temía la intervención del libertador en los asuntos del Río de la Plata. Continuaba latente la idea de incorporar el Paraguay al sistema bonaerense. Triunfantes en Ituzaingó las armas argentinas, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, creyó en 1828 llegado la oportunidad de someter por la violencia al Paraguay. Algunos emigrados paraguayos le pidieron clamorosamente que hiciera la guerra al dictador Francia. Su idea era que las tropas del general Fructuoso Rivera, con el prestigio que le daban sus recientes victorias, marcharon desde Misiones al Paraguay. Los informes de los emigrados paraguayos aseguraban que encontrarían escasa resistencia. Rivera no quiso prestarse a cumplir los designios de Dorrego; recelaba que el verdadero propósito era alejarlo. El gobernador de Corrientes, Pedro Ferrer, acogió con igual desconfianza esos planes y se apresuró a comunicarlos al propio dictador, que ya los conocía. Con el desplazamiento de Dorrego del Gobierno, su proyecto quedó definitivamente descartado.

No es admitido un enviado de Bolivia
Aparte del Libertador Bolívar, muchos Gobiernos de América y de Europa se preocuparon por la suerte del naturalista Bonpland. Pero había la dificultad de comunicarse con el dictador Francia. El presidente de Bolivia, mariscal José Antonio de Sucre, se ofreció para hacer llegar a Asunción los oficios; el teniente Luís Ruiz, quien llevaba la misión de invitar al Paraguay para entablar negociaciones comerciales con Bolivia. Desde Fuerte Olimpo, donde llegó en mayo, Ruiz pidió permiso para bajar a Asunción. Francia estalló de indignación cuando leyó el tratamiento de “Jefe Supremo de la Provincia del Paraguay” que traía sus oficios. Ordenó que le fueran devueltos sus pasaportes a Ruiz y que se hiciera saber de viva voz que antes que Bolivia el Paraguay había tenido el título de República. Francia explicó al comandante de Olimpo que era preciso tomar esa actitud “porque de lo contrario se acostumbraría tratar con menosprecio y con tono de mayoría al Paraguay y su gobierno”

Corrientes declara la guerra al Paraguay
El Paraguay ocupaba, conforme el Tratado del día 12 de octubre de 1811, parte del territorio de Misiones. Empeñado el dictador en asegurar el libre tránsito de los comerciantes brasileños que venían a Itapúa, ordenó, en el año 1832, el reconocimiento de los terrenos hasta la caída del Aguapey en el Uruguay, alegando que hasta ahí llegaban los derechos del Paraguay. El Gobernador de Corrientes, Pedro Ferrer, protestó ante Francia aduciendo que esos territorios eran correntinos y amenazando con represalias. Francia como excepción a sus métodos, contestó a Ferrer por intermedio del comandante de Ñeembucú, reafirmando los derechos del Paraguay, no sólo hasta el Aguapié, sino hasta los pueblos Yapeyú y la Cruz, que ofrecía ceder o no ocupar si Corrientes se avenía a adquirirlos en compra. Ferrer replicó declarando la guerra y ocupando Candelaria. En una proclama reclamó el apoyo de los pueblos argentinos para sostener el derecho y el honor de la República. Sus esfuerzos para obtener la ayuda de las demás provincias fueron totalmente vanos. El dictador Francia dio por ignorada la declaración de guerra. Ya antes de que esta se produjera había resuelto el abandono del campamento del Salto, cuya ocupación había originado la disputa; su actitud prudente obedeció a la supuesta falta de jefes mititares experimentados. En diciembre de 1833, fuerzas paraguayas en imponente número, reocuparon Candelaria y Salto, donde las tropas se colocaron a la defensiva. El nuevo gobernador de Corrientes, Rafael Atienda, en vista de la actitud pacífica de las fuerzas paraguayas, dispuso en marzo de 1834 abandonar el territorio de Misiones y comunicó a Buenos Aires que no proseguiría la guerra, “en vista de la conducta que constantemente ha guardado el Gobierno del Paraguay en todo el periodo de la Revolución”. Francia le hizo saber, poco después, que no quería paz ni guerra con nadie.

Los republicanos de Río Grande del Sur
Correa da Cámara regresó a su país humillado, pero convencido de la fuerza y poder del dictador Francia. En el informe que presentó a su Gobierno al término de su última misión informó que Francia tenía “inteligencias secretas en el Estado Cisplatino” y que contaba con un partido en Misiones y en Río Grande, donde en la primera ocasión daría la mano a los partidarios de la independencia de esta provincia”. En 1839, Correa da Cámara se plegó a los revolucionarios republicanos de Río Grande del Sur. Obsesionado por la idea de entenderse con el dictador Francia, de cuya sabiduría política se había convertido en admirador, seguramente para arrastrarlo a abrazar la causa de los separatistas riograndenses, se hizo designar por el presidente de la República de Piratín plenipotenciario ante el Gobierno del Paraguay. Por tercera vez, desde la frontera paraguaya, pidió permiso para llegar a Asunción. Francia no quiso escucharle, y de nuevo le rehusó la licencia solicitada.

La Iglesia Católica
A pesar de las medidas iniciales contra los eclesiásticos españoles, la Iglesia seguía balanceando el inmenso poder del dictador. El doctor Francia, lector de Voltaire, no era creyente, pero no quiso incurrir en el error de las persecuciones religiosas. Empleó frente a la Iglesia arbitrios destinados a minar sus prestigios. La situación eclesiástica facilitó sus propósitos: el obispo tenía las facultades mentales alteradas, el clero estaba corrompido, el culto adolecía de numerosas prácticas supersticiosas. El dictador suspendió por decreto al obispo, persiguió implacablemente los vicios eclesiásticos. La medida más radical fue la secularización de los religiosos, con la consiguiente ocupación de los conventos e incautación de los bienes de los Órdenes; el Estado se enriqueció considerablemente, y el clero desde ese momento, dependió de él. Nadie podía abrazar el estado religioso sin permiso del dictador, hasta que finalmente, con la clausura del Seminario de San Carlos, nadie pudo ser sacerdote. En ningún momento el dictador persiguió a la Iglesia, pero ésta dejó de ser la única reconocida por el Estado. Se permitieron todos los cultos y ésta fue la sola libertad admitida durante la dictadura.

La organización del Ejército
Cinco mil hombres disciplinados, que en cualquier momento podían aumentar a 40.000 montaban guardia en la capital y en las fronteras. El doctor Francia le imprimió su cuño característico, interviniendo de una manera personal y directa hasta en los menores detalles de su organización. El doctor Francia pudo hacer todo menos de general. Instruía personalmente a los reclutas y llegó a vérsele al frente de los batallones en desfiles,pero nunca asumió directamente el mando. El abandono de sus designios hostiles para Corrientes lo atribuyó a la falta de un general experimentado. Los comandantes del campo gozaban del privilegio de escribir al dictador, quien los trataba con severa paternidad. El ejército así organizado, sin cabezas sobresalientes peligrosas, constituía el más sólido basamento de la Dictadura.

El sistema financiero
El sistema financiero implantado por el dictador se basaba en rentas fijas y accidentales, siendo de la primera clase los diezmos, los impuestos sobre las tiendas, los derechos de exportación e importación, las alcabalas, el papel sellado, impuestos al abasto y la mercado; las contribuciones forzosas, las confiscaciones de bienes y la herencia de extranjeros. Las contribuciones forzosas eran impuestas al elemento español cada vez que había necesidad de realizar obras públicas y proveer a la defensa de la República. En 1823 el doctor Francia creó numerosos impuestos. El ministro de Hacienda era el encargado exclusivo de la percepción y vigilancia de las recaudaciones aduaneras y fiscales, bajo su superintendencia. En las cajas fiscales había permanentemente numerario en abundancia. El stock de armas guardadas en los aranceles, motiva principal de las exigencias monetarias, llegó a ser tan copioso, que en los últimos tiempos que el dictador moderó los impuestos. En 1835, 1839 y en 1840 decretó la supresión de numerosos gravámenes.

La instrucción pública
Ninguna atención prestó el dictador a la cultura superior. El plan de la Junta Gubernativa fue abandonado. La academia literaria dejó de funcionar. En 1818 decretó la desaparición del Seminario de San Carlos, donde él mismo había sido catedrático; su local fue convertido en cuartel. “Minerva debe dormir cuando Marte vela” dijo el dictador. Carlos Antonio López, que también enseñaba Filosofía en ese Colegio. La instrucción de las primeras letras era muy extendida desde los tiempos de la colonia; casi no había analfabetos en el país. Durante la dictadura se prestó la misma atención a la enseñanza primaria. En 1818 se decretó la instrucción primaria obligatoria, a expensas del Estado. se dio a la organización escolar carácter militar. Los niños eran llamados a las aulas al son del tambor. Se les enseñaba un catecismo donde el dictador exponía sus ideas sobre el sistema de gobierno del país, que llamaban “patrio reformado”, “regulados por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad”. La instrucción de libros no estaba prohibida, los que los comerciantes portugueses traían, previamente a su venta, debían ser revisados por el dictador, que impedía la entrada de aquellos que consideraba nocivos a su teoría política o que contenían nociones equivocadas sobre el Paraguay. Así mismo la música y la danza gozaron del favor del dictador, se difundió mucho la afición a la lectura, única distracción de la sociedad paraguaya. Sólo el doctor Francia tenía derecho a recibir diarios y gacetas del exterior; mientras vivió el dictador, el país ignoró totalmente lo que ocurría en el mundo.

Organización administrativa
El territorio nacional estaba dividido, desde la época colonial, para los fines administrativos, en dos grandes comandancias: la de Costa Arriba y a la de Costa Abajo. El dictador disolvió estas comandancias y las sustituyó por veinte delegaciones, siendo las principales las de Pilar, Villa Rica, Villa de San Pedro y Villa Real de la Concepción; cada una estaba dividida en partidos. Creó subdelegaciones en varios puntos fronterizos; Fuente Olimpo y Candelaria fueron las más importantes. Al frente de cada partido había un juez comisionado general, con facultades judiciales, administrativas y económicas. En un principio los comisionados dependían de los alcaldes ordinarios, pero en 1823 pasaron a depender del Gobierno.

Aspecto edilicio de Asunción
En los comienzos de la Dictadura, tenía las calles tortuosas, desiguales y muy angostas. Las casas sin altos, aisladas por lo general y mezcladas con árboles, jardines y malezas. Presentaba más bien el aspecto de una aldea; en todas partes brotaban manantiales que formaban arroyos y lagunas; las lluvias excavan la mayor parte de las calles. El dictador puso gran empeño en mejorar el aspecto de la ciudad; ensanchó las calles, hizo cubrir los zanjones y reparar los edificios públicos, a excepción de la Catedral, que dejó, impasible, caer en ruinas. La edificación particular recibió escaso impulso. Las casas eran, en su generalidad, con techo de paja y al frente, con ancho corredor sostenido por horcones de urundey. Las viviendas de los ricos eran de material, adobes crudos o de ladrillos de mucho espesor, que conservaban el fresco reconfortante durante el verano y el calor en invierno, con techo de lodo cocido, con corredores amplios y pilares de material o madera dura. Poca evolución experimentó la vivienda de estilo colonial durante la larga Dictadura.
El doctor Francia prestó preferentemente atención a las construcciones militares para cuarteles, que los había en número de cinco: San Francisco, Santo Domingo, Encarnación, la Merced y la Recoleta. Había alumbrado público que se proporcionaba con candiles de sebo, pero circunscrito en la plaza de Armas, Casa de Gobierno, cuarteles y cárceles.

La vestimenta
La indumentaria de la época está descrita por los ingleses Juan y Guillermo Parish Roberston. Traje de etiqueta de Francia: casaca azul, sobriamente adornada con angosto galón de oro; chaleco y calzones de casimir blanco, elegante espadín al costado, medias de seda blanca y zapatos finos con pequeñas hebillas. El de la mayoría de los diputados al Congreso de 1814 cuentan que era una chaqueta blanca de madapolán, cortísima y ajustada; chaleco bordado, aún más corto que la chaqueta; calzones a la rodilla, de pana granate, con calzoncillos cribados que llegaban a los tobillos; faja de seda azul, como las usadas por los saltabancos ambulantes; botas de potro abiertas en los dedos; grandes espuelas de plata; sombrerito ordinario cubriendo la mitad de la cabeza; e inmensas trenzas de cabellos negros colgando sobre la espalda. El de un alcalde: calzones de terciopelo negro abiertos en las rodillas, con botones de plata en larga y apretada hilera y unos calzoncillos finamente bordados, colgando como volantes; la camisa colgando fuera de la manga de la casaca, estaba sostenida por una faja colorada atada a la cintura; ligas del mismo matiz prendida con visible ostentación sobre sus medias de seda, y grandes hebillas en los zapatos; completaba la indumentaria un tricornio y una capa roja. Traje de etiqueta particular, como el que usaba el argentino doctor Vargas, en cuya casa se hospedaban los Roberston: frac amarillo claro con grandes botones de nácar, calzones de raso verde con hebillas de oro en las rodillas y medias de seda blancas, chaleco bordado, sombrero tricornio, redecilla y un espadín; sus abundantes cabellos estaban sumamente empolvados y engomados, y una porción de corbata y volado de camisa que parecían verdaderamente monstruosos “en esta época”. Traje de domingo del hombre del pueblo: chaqueta pantalón, y camisa blancos y un sobrerito, sin calzado. Francia prohibió terminantemente el uso de los pantalones largos y anchos que usaban los portugueses.

El estado social
La Dictadura produjo la completa nivelación de la sociedad paraguaya. El clero ya no gozó de ninguna preeminencia. La burguesía mercantil, de origen europeo, esfumadas sus fortunas con la desaparición del comercio fluvial, se vió además proscripta de la vida civil por la prohibición del casamiento. No hubo jerarcas administrativos; ningún militar ni funcionario civil gozó de la preferencia o amistad del dictador. La igualdad más absoluta rigió la vida paraguaya; las clases inferiores no se sintieron nunca halagadas, pero la Dictadura les concedió ventajas. El orden más perfecto reinaba en el interior. No estaba permitida la vagancia; había tierras para todos. No se sufría miseria, la delincuencia había desaparecido, los campesinos gozaron de una seguridad nunca conocida. A Francia se le temía, se le respetaba o se le admiraba; no se le amaba. Sus ojos vigilantes estaban en todo el país y no se le escapaba la menor falta cometida. Poco a poco se iba convirtiendo en una especie de deidad invisible y poderosa. Ningún campesino pronunciaba el nombre de “el Supremo”, sin ponerse en pie y descubrirse, lleno de temor.

El Paraguay en el exterior
El temor que suscriba el dictador se hacía sentir aún fuera de las fronteras. Los pocos paraguayos que habían logrado escapar del país no se atrevían a desafiar su ira y preferían encerrarse en la más impenetrable mutismo. El temor se adueñaba no solo de los paraguayos, sino aún de los extranjeros que habían vivido bajo su dominación. M. Roger recordó en su informe que el capitán Hervaux, francés que estuvo cautivo en el Paraguay hasta 1930, una vez libre en Buenos Aires, jamás nombró “al Supremo” sin llevar la mano al sombrero. Carlyle escribió un ensayo sobre el doctor Francia, dándose cuenta de su extraordinario de su figura y su singular sistema de gobierno. El cautiverio de Bonpland atrajo la atención de los institutos científico hacia el lejano Paraguay. Sacando provecho que despertaba el Paraguay y su gobernante, un impostor que se hacía titular Marqués de Guaraní y se decía embajador del dictador Francia, logró introducirse en varias cortes europeas. Nuevamente el nombre del Paraguay sonaba en el mundo, precisamente cuando nada quería saber del mundo.

Quiroga quiere conquistar el Paraguay
Si Francia no hubiera conseguido aislar al Paraguay, sin duda este hermoso país sería hoy un miserable anexo de las miserables provincias argentinas. El aislamiento había alejado al Paraguay de las luchas del Río de la Plata, salvándole de los horrores de la anarquía. Francia temía que en la vorágine de las discordias intestinas su país no pudiera conservar su independencia. La inestabilidad de los gobiernos de la guerra civil impedían la realización de proyectos de envergadura, y la experiencia de Belgrano estaba diciendo cuán difícil sería la conquista militar del Paraguay. El general Quiroga acarició sin cesar el mismo proyecto, y según M. Roger, “hubiera sido verdaderamente riguroso ver, frente a frente, al genio más malvado, más revolucionario, más sanguinario de América del Sur, con el genio más organizador, conservador y antes que nada, a pesar de todo, el más bienhechor”. Tampoco los proyectos de Quiroga encontraron acogida y quedaron archivados después de su asesinato en Barranca Yago.

Las relaciones entre Francia y Rosas
Vencida la anarquía en Buenos Aires con el predominio de Juan Manuel de Rosas, asegurado el orden y la regular navegación, parecía llegado el momento de cesar el aislamiento del Paraguay. Pero Francia no varió su política y Rosas no quiso utilizar al Paraguay. La similitud de sistemas y de ideas estableció entre ambos un tácito acuerdo y hasta llegó a asegurarse que Francia había recibido a un emisario especial del gobernador de Buenos Aires. En la copiosa correspondencia de Francia, rica en invectivas contra los gobernantes argentinos, no hay una sola alusión para Rosas, la prensa de Rosas trató con consideración y respeto al Paraguay y a su dictador, y muerto él, lo defendió con vigor de las acusaciones de sus detractores. A Rosas le llamó la atención que el dictador no hubiese nunca denunciado el Tratado del 12 de Octubre o protocolizado la independencia del Paraguay, al uso solemne de la época. Formó entonces una teoría, en cuya virtud su Gobierno mantuvo frente al Paraguay una actitud de respetuosa expectativa: lo que el dictador buscó con el aislamiento del Paraguay era, nada más, que evitar los estragos de la anarquía, sin que su intención fuera separarlo de la unión argentina. Así se expedía en “La Gaceta del Mercantil”. Tal interpretación de la política del dictador parecía justificada por el hecho cierto de que Buenos Aires nunca había recibido la formal declaración de la independencia del Paraguay, omisión que debió suplirse dos años después de la muerte del dictador.

Los últimos años de la dictadura
Los últimos años de la dictadura fueron más tranquilos. Desde 1830 las medidas terroríficas se volvieron de más en más raras; el doctor Francia no se mostraba tan uraño. En dos ocasiones recibió a delegaciones de vecinos de la capital: una en su cumpleaños, si bien para rehusar el obsequio que le ofrecieron, y otro cuando le pidieron el restablecimiento de las tradicionales festividades de la Virgen de la Asunción, patrona del Paraguay. El 18 de julio de 1838 autorizó el canto de un Tedeum en la Catedral, por la “recuperación de su autoridad del obispo diocesano García Panés”. El 14 de mayo 1839 fue un día excepcional; se celebró el 28 aniversario de la Revolución de la Independencia con un gran desfile militar. La vida regular y ordenada del doctor Francia prolongaba su existencia hasta límites pocos comunes, pero la inevitabilidad de su fin no pareció preocuparle bastante acerca de su sucesión o de la subsistencia del sistema. En los últimos tiempos rondaban en su alrededor el comandante Bejarano, jefes de las tropas de la capital, y el fiel de fechos Policarpo Patiño, pero sobre ellos recaía la animosidad popular y nadie los quería como herederos del mundo. El catecismo político de Francia explicaba que su sistema “duraría mientras fuese útil y conforme a las necesidades de la Sociedad”; no varió mientras vivió y subsistió después de haber cumplido el objetivo que se trazó: salvar la independencia nacional y al país de la anarquía. El doctor Francia murió el 20 de septiembre de 1840, a los sesenta y cuatro años de edad. Apenas se supo la noticia de su muerte, parte del pueblo prorrumpió en llanto, pero otros salieron a la calle gritando: “El tirano ha muerto y ha acabado la tiranía”.
Hubo conatos de motín hasta que se impusieron las tropas. Sólo cuatro días después se confirmó al pueblo la noticia de la desaparición del Supremo. Mucho después de sus funerales, que fueron solemnes, sus restos fueron robados de la Catedral, donde reposaban, y arrojados al río para confundirse con las aguas que tantas lágrimas habían llevado hacia el Sur.

Bibliografía: EFRAIM CARDOZO, Paraguay Independiente.

La Constitución de 1940.

Se busca normalizar al país Después de la liquidación definitiva del pleito del Chaco volvieron a aflorar las inquietudes políticas y socia...