viernes, 28 de agosto de 2009

La Revolución de la Independencia Paraguaya.

El Paraguay constituía una nación a principios del siglo XIX.
El proceso de emancipación de las colonias españolas sorprendió a la provincia del Paraguay en una etapa avanzada de su evolución social y con los elementos constitutivos propios de una nación. Los conquistadores españoles radicados desde 1537 a orillas del río Paraguay, en unión con los guaraníes originaron, a través de los años, un pueblo numeroso, homogéneo, trabajador y valiente, que sabía lo que el Paraguay, fundador de ciudades, significo en la civilización del Río de la Plata a Buenos Aires, se enorgullecía de su ascendencia hispánica y poseía una robusta conciencia nacional.
El sentimiento nacional hundía sus raíces en una larga historia de infortunios sufridos en común. Primitivamente centro de la conquista y de la colonización, desplazado el eje del Río de la Plata a Buenos Aires, el Paraguay quedó confinado dentro de sus selvas, donde lejos de las grandes rutas comerciales y olvidado casi de la Corona, su pueblo soportó duras pruebas que vigorizaron su temple, le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad. “Todos convienen en considerarse iguales”. El Paraguay, en su aislamiento y a los golpes de la necesidad, forjó instituciones peculiares, como la de servicio militar obligatorio y gratuito, y se acostumbro a vivir su propia vida, a lo cual contribuyó el incansable ejercicio de la facultad que le otorgó la famosa Cédula de 1537 para elegir, en caso de vacancia, sus gobernantes adinterim. El Paraguay era una comunidad turbulenta, con espíritu crítico aguzado por la adversidad, cuando se inició en América la liquidación del Imperio español.

El Paraguay no estaba satisfecho del régimen colonial.
Sobre la vida económica del Paraguay gravitaban anomalías que la hacían languidecer. El país poseía el monopolio natural de algunos productos nobles, como la yerba, que se consumía en toda América, y sobre los cuales las leyes impositivas cargaron la mano en forma de sisas, alcabalas y arbitrios con excesivo rigor. Mientras que e oro no pagaba sino un quinto, la yerba rentaba en 1778 diez veces más su valor, y al llegar a ciertos puntos esta proporción aún eran mayor. La industria yerbatera, que podía cimentar el florecimiento de la Provincia, le dejaba escaso provecho. Lo mismo ocurría con los otros productos paraguayos. Irritaba más esta situación si se consideraba que el importe de las gamelas paraguayas era destinado a costear fortificaciones y tropas en Santa Fe, Montevideo, Chile y Perú, y aún la guerra contra los piratas de los mares del Sur, en tanto que los paraguayos estaban obligados a prestar servicios periódicos sin paga y aportando cada uno caballos y víveres, en los numerosos fuertes y en las frecuentes incursiones contra los indios del Chaco. En vano la Provincia imploró la cesación de esta “insoportable e inicua pensión”. Cuando la corona modificó el sistema fue sólo para eximir de la obligación de las milicias a los cosecheros de tabaco. La corona consagró una injusticia para crear otra institución no menos odiosa: la del Estanco del Tabaco. Tal como era manejado, con fines exclusivamente fiscales, se prestaba a abusos y no aseguraba el productor paraguayo sino un mínimo provecho. Otra institución que retardó el progreso fue la del puerto preciso, creada en exclusivo beneficio de Santa Fe.
Después de muchas imploraciones el Paraguay obtuvo la desaparición de esta cruel imposición, pero ello dejó en el alma paraguaya un sentimiento de amargura y la conciencia de que sus quejas dificilmente llegaban a oídos de la lejana Corona.

Las ideas de la Revolución no eran ajenas al Paraguay.
La insurrección contra España se hizo al influjo de las doctrinas proclamadas por la Revolución Francesa. En la teoría de la soberanía popular justificó el pueblo de Buenos Aires la deposición del virrey Cisneros a la constitución de un gobierno nacional. Cautivo Fernando VII, el pueblo resumía su soberanía designando la autoridad que en su nombre ejercería el poder. La idea central de la Revolución americana no era extraña al corazón paraguayo. El Paraguay había tenido su Revolución Comunera (1717 – 1735), que proclamó principios idénticos a los que Francia universalizó y Buenos Aires adoptó. La tradición revolucionaria y libertadora paraguaya venía de lejos. Los primeros conquistadores trajeron la simiente de las comunidades peninsulares, simiente que brotó briosa en la selva paraguaya. El partido de Irala fue denominado “comunero”.

El Congreso General rechaza las proposiciones de Buenos Aires.
Ni el gobernador Velazco ni el Cabildo de Asunción quisieron tomar solos determinación alguna en la graven cuestión planteada por la Junta de Buenos Aires. Convocaron un Congreso General, que se reunió el 24 de julio de 1810, integrados por los miembros del clero, del ejército, del Cabildo, de las magistraturas y corporaciones, comerciantes, hacendados y diputaciones de las villas y poblaciones del interior. El gobernador Velazco propugnó el desahucio de la pretensión porteña que, de ser admitida, podía embeber la caducidad de su propia autoridad, y exhibió documentos que comprobaban la existencia en España de un Consejo de Regencia, reconocido como depositario del poder del Rey durante su cautiverio.
El Congreso resolvió jurar inmediatamente obediencia a dicho Consejo de Regencia que se guardará armoniosa correspondencia y fraternal amistad con junta provisional de Buenos Aires.
El Paraguay se aprestó a ponerse en condiciones de hacer frente a las contingencias que podía acarrearle su negativa a reconocer a la Junta de Buenos Aires. La nota de Buenos Aires era explícita: anunciaba el envío de una fuerza militar. Y el corone Espínola no fue menos categóricos en las amenazas que profirió al huir. Velazco llamó a los paraguayos para la defensa de la patria proclamada que Buenos Aires quería conquistar el Paraguay. Seis mil hombres acudieron al llamamiento “como si un rayo hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos”, recordó después Velazco.

Buenos Aires decreta una expedición al Paraguay.
Sin esperar la comunicación de las resoluciones del Paraguay, la junta de Buenos Aires decidió despachar la expedición auxiliar. Fue destinado a realizarla el ejercito que, puesto bajo el mando de Manuel Belgrano, se estaba organizando para la Banda Oriental. Según instrucciones Belgrano debía pasar primeramente a las Misiones y luego al Paraguay, para poner a la Provincia “en completo arreglo”, si hubiese resistencia se le autorizaba a ejecutar al Obispo, al Gobernador y a los principales causantes de la resistencia. El corone Espínola informó que escasas fuerzas bastaría para que tomara aliento el poderoso partido porteñista que, afirmaba, había dejado en el Paraguay. Por esta razón Belgrano llevó escasos efectivos, entre ellos varios paraguayos, como el mayor José Ildefonso Machain y los hijos del coronel Espínola.

Belgrano es derrotado en Paraguarí.
El 10 de diciembre de 1810 el ejército de Belgrano, que alcanzaba 1500 hombres, vadeó el Paraná, después de sostener corta escaramuza con la guardia de Campichuelo, y comenzó a internarse en territorio paraguayo. Las proclamas e intimaciones profusamente distribuidas no surtieron efecto. Ni enemigos que combatir ni amigos que ayudasen aparecieron en el largo y desamparado trayecto. Al fin ambos ejércitos se avistaron en Paraguari, el 15 de enero de 1811. Nuevamente Belgrano intento persuadir a los paraguayos mediante proclamas y ejemplares gacetas de Buenos Aires lanzados desde las alturas de los cerros vecinos. Pero aunque los papeles fueron ávidamente recogidos, Belgrano no notó sus efectos. “Desde que atravesé el Tebicuarí escribió a la Junta, no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho hasta ahora en nuestro favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para oponérsenos, le obliga al ejército de mi mando a decir que su título no debe ser de auxiliador, sino de conquistador del Paraguay”.
Tres días estuvieron ambos ejércitos ocupados en guerrillas, hasta que el 19 de enero de 1811, simultáneamente, decidieron atacar. Pero Belgrano tomó la delantera y llevó en seguida la confusión al centro de las fuerzas paraguayas, que se retiraron dispersas. Velazco casi cayó prisionero y, creyendo todo perdido, huyó a refugiarse en la cordillera cercana. Cavañas y Gamarra, que mandaban las alas, se repusieron de la sorpresa y obrando de concierto aislaron a las fuerzas atacantes desprendidas de sus bases en persecución del centro paraguayo. Luego maniobraron para envolver al resto del ejército porteño, pero Belgrano creyó prudente ordenar la retirada abandonando 120 prisioneros en poder de los paraguayos. La fuga de Velazco dejó sin cabeza al ejército paraguayo e impidió que se tomara disposición para perseguir a los porteños. La batalla de Paraguarí estaba ganada por el Paraguay. Pero Belgrano no era el único derrotado. También lo fue el gobernador Velazco, cuya inesperada fuga le concitó el desprecio general.

Despierta la conciencia nacional.
La guerra porteña fue de grandes efectos morales. Sirvió para mostrarle a españoles y porteños la vigorosa realidad del patriotismo paraguayo. El Paraguay en masa había acudido a los campamentos a la invocación de la Patria hecha por el gobernador español en sus inflamadas proclamas. “Como si un rayo anotó Velazco hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos, me hallé a los dos días de haberse circulado los avisos con más de 6000 hombres prontos a derramar la última gota de sangre antes que rendirse”. Y Belgrano informó asombrado a Cornelio Saavedra acerca del entusiasmo de los paraguayos, bajo en concepto de que, oponiéndose a las miras de Buenos Aires, defendía su patria, la religión y lo que hay de más sagrado, recalcando: “así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse: pantanos formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha sido nada para ellos ; pues su entusiasmo todo lo ha allanado; ¡qué mucho! si las mujeres, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay están entusiasmados con su patria…”
No podía sorprenderles su propio patriotismo a los paraguayos, pero sí la revelación súbita de su propio volver. La guerra había sido ganada a un adversario, si bien inferior en número, superior en armamentos y recursos, con el sólo esfuerzo nacional, y pese a la defección española. Despertaba de golpe, la conciencia de que la nación era capaz y al soplo de las nuevas ideas propaladas por los porteños se vivificaron viejas y adormecidas doctrinas. El pensamiento comunero de la soberanía popular resurgió potente a la superficie, para sustentar el derecho del pueblo paraguayo a romper, por su propia voluntad, suprimiendo las rémoras del régimen colonial que entorpecían su bienestar.
La campaña militar tuvo un final inesperado: se operó sobre el mismo campo de Tacuarí la completa reconciliación con Buenos Aires. El pueblo paraguayo había acudido a los campamentos no por odio a la capital del Virreinato, sino porque creían mortalmente amenazada su libertad. Entre Asunción y Buenos Aires no había divergencia de intereses. El Paraguay gemía bajo un régimen absurdo del cual no era responsable ni beneficiario Buenos Aires. Las gabelas que abrumaban al comercio se pagaban en beneficio de otras ciudades, Buenos Aires, por boca de Belgrano, venía a ofrecer la tan ansiada libertad al Paraguay. La odiosidad que la invasión había creado en torno de los porteños se trasladó sobre el régimen colonial, donde estaba la raíz de muchos males.

En la opinión se diseñan tres tendencias.
El cambio producido no significó que la opinión estuviera uniformada. Había gran confusión y tendencia contradictorias. Por un lado se conspiraba activamente, por el otro se hacía preparativo de defensa del régimen amenazando mortalmente. Se distinguieron tres corrientes antinómicas que chocaban entre sí. En primer término el núcleo, poco numeroso pero selecto, de los españolistas, que se encasillaron en el Cabildo jurando odio eterno a Buenos Aires y se proponían aplastar la subversión. Contaban con el apoyo del viejo patriciado paraguayo y de reputados militares nacionales.
En el otro extremo estaban los porteñistas, ocultamente dirigidos por el asesor del gobernador, el doctor Pedro Somellara, y entre los cuales figuraban algunos paraguayos de nota, como el doctor Ventura de Bedoya y Fray Fernando Caballero; buscaban la cesación del poder español y la sujeción de la Provincia de Buenos Aires.
No atinaban a encontrar la fórmula que conciliase su deseo de unión con Buenos Aires con su voluntad de conquistar la libertad de la patria. Su inclinación excesiva a las ideas de Buenos Aires amenazaba llevar al Paraguay por un declive peligroso. Pero en su retiro de Ybiray estaba gestando su fórmula y acariciando sus sueños el doctor Gaspar Rodríguez de Francia.

Conciertan los españoles la ayuda de Portugal.
Si Velazco se mostraba vacilante no ocurrió así en el Cabildo, el cual recordó, para sus fines, la ayuda militar insistentemente ofrecida por Portugal, a cambio del reconocimiento de los eventuales derechos de la inquieta e intrigante princesa Carlota Joaquina a la Corona de España. Ya a principios de enero de 1811, el embajador de España en Río de Janeiro había ofrecido ayuda a Velazco por intermedio de Diego de Souza, gobernador general de Río Grande, Velazco había aceptado interceptar la retirada de Belgrano y Cavañas escribió a Suoza indicándole el paso del Itaibaté para vadear el Paraná los refuerzos solicitados. Souza anunció entonces a Velazco que 1000 hombres marchaban hacia San Boria listos para obrar contra Buenos Aires de acuerdo con Velazco, entre el Paraná y Uruguay, aunque no era de parecer que esas fuerzas fueran al Paraguay.
Desaparecido el peligro con la capitulación de Tacuarí, Velazco escribió a Souza aprobando la alianza portuguesa-paraguaya, pero dejando al arbitrio del virrey Elío la aceptación del plan. Souza destacó al teniente José de Abreu con la misión de reiterar al Paraguay la protección portuguesa y concertar con Velazco y el Cabildo operaciones militares en la Banda Oriental, donde la situación del virrey Elío era desesperada. Abreu llegó a Asunción el 9 de mayo. Tropezó con la oposición de Velazco, que ya no creía necesaria la cooperación portuguesa; pero el Cabildo, resulto a llevar a todo trance la guerra contra Buenos Aires, incluso fuera de las fronteras paraguayas , después de largas deliberaciones efectuadas a puertas cerradas y en medio de la expectativa nerviosa del público, resolvió el 13 aceptar las proposiciones de Souza, colocando a la Provincia bajo la protección de Portugal para mejor defender los derechos de Fernando VII y de sus legítimos sucesores, entre los cuales quedaba reconocida implícitamente la princesa Carlota Joaquina.

El 14 de mayo de 1811 estalla la Revolución.
Hirvió de indignación la Asunción cuando corrió como un relámpago la noticia de que el partido españolista había resuelto entregar la Provincia al Portugal. Desde los tiempos trágicos de las “bandeiras” el Paraguay odiaba a Portugal. No se olvidaba la implacable destrucción del floreciente Guairá; Igatimí y Alburquerque eran páginas de dolor en la historia de la Provincia. Los indecisos tomaron partido en contra del Cabildo; el descrédito cayó sobre los españolistas, que ya no atinaron a reaccionar. Velazco por oculta delación, conoció el plan subversivo, pero estaba moralmente aplastado y a nada se decidió. El 14 de mayo trascurrió en medio de gran agitación. Se resolvió resolver esa misma noche el levantamiento para impedir la salida del emisario portugués Abreu, señalada para el 15.
El capitán Pedro Juan Caballero debía tomar el cuartel a la hora de la queda, cando el mayor de la plaza de la Cuesta saliera para la ronda habitual. Esa noche estaba en la guardia el capitán Mauricio José de Troche, uno de los complotados y cuyo relevo se había prolongado gracias a la complicidad del asesor Somellera. En el cuartel no había sino 34 soldados curuguateños. Después de las ocho de la noche, Caballero, Itirbe y demás complicados franquearon, sin dificultad, las puertas del cuartel. Las campanas de la catedral, en la soledad de la noche, tocaron a rebato, llamando al pueblo al cuartel. Inmediatamente Caballero se proclamó comandante. Los presos políticos puestos en libertad fueron armados, y se adoptaron disposiciones para prevenir cualquier reacción. En total no había más de 72 hombres, pero disponían de toda la artillería de la plaza y abundantes municiones. Más que el número y las armas les daba fuerza la intuición de su responsabilidad histórica. En sus manos estaba el destino de la nación paraguaya.
Enterados de la novedad, algunos capitulares, el comandante Gamarra, ele emisario portugués y otras personas, acudieron a la residencia del gobernador, situada a menos de cien metros del cuartel. Gamarra se ofreció para tomar el cuartel a viva fuerza. Contaba con los barcos de la bahía, con su guardia de granaderos y con el cuerpo de miñones. Pero Velazco no quería derramamiento de sangre e intentó someter a los sublevados pacíficamente: Gamarra fue destacado ante el cuartel, donde le negaron la entrada, aún cuando invocara su calidad de paraguayo. Una segunda misión, a cargo de un oficial, ya fue recibida a tiros. El tercer emisario, el mayor Cabrera, tuvo otra suerte: le abrieron la puerta del cuartel, pero fue para arrestarlo y maniatarlo. Sin desalentarse por estos fracasos, Velazco envió a Fray Inocencio Cañete, tenido en opinión de santo, para conocer a lo menos las pretensiones de los sublevados. Tres veces intentó Fray Cañete que se le dejara entrar en el cuartel. Algunos oficiales le ordenaron que se retirase, “pues no necesitaba de más pláticas”, pero Caballero, más urbanamente, le pidió que le dijera al gobernador que estuviese tranquilo, puesto que por la mañana los sabría todo.

Caballero intima a las primeras horas del 15 a Velazco.
Transcurrieron muchas horas antes de que los sublevados dieran a conocer sus exigencias. Esperaron, tal vez, instrucciones de Francia, o que Cavañas, urgentemente llamado, viniera a incorporarse a la Revolución, a lo cual, con gran sorpresa general, se negó alegando que sólo vendría si fuera llamado por el gobernador. Era más de media noche cuando llegó a la residencia de Velazco el alférez Vicente Ignacio Iturbe, portador de una carta en la que Pedro Juan Caballero, por él y sus subalternos, exponía las exigencias de la Revolución. “En atención comenzaba el oficio que llevaba fecha 15 a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que lo atacó, ahora se va a entregar a una Potencia Extranjera que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la Potencia Portuguesa, este Cuartel, de acuerdo con los oficiales patricios y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos”.
Para tal efecto se reclamaba la entrega inmediata de todo el armamento que estaba fuera del cuartel. El gobernador podía seguir en el Gobierno, pero asociados a dos diputados designados a satisfacción del cuartel, mientras llegara los demás oficiales de la plana mayor, “que entonces se tratará y se establecerá la forma y modo de gobierno que convenga a la seguridad de esta Provincia”. Se exponían otras exigencias: debía separarse del lado del gobernador de su sobrino don Benito Velazco y al ministro tesorero José Elizalde, sobre quienes recaía el odios general; había que cerrar la Casa de Gobierno y el Cabildo; ningún barco podía moverse del puerto; tanto el ayudante de Velazco, José Teodoro Cruz Fernández, como los miembros del Cabildo, tenían que ser destruidos y puestos en prisión.
Velazco no dio respuesta inmediata al ultimátum de Caballero, vacilante acerca del partido a tomar. Su dilación fue aprovechada por un grupo de europeos, que, al amparo de la noche, intentaron a la noche asaltar al cuartel, pero fueron fácilmente dispersados. Para obligar a Velazco a apresurar su decisión, Caballero resolvió sacar a las tropas del cuartel a la calle. Sus fuerzas, acrecidas con el aporte de numerosos patriotas, tomaron posiciones en actitud de asaltar la Casa de Gobierno.
Si Velazco quería evitar la sangre, los patriotas no se hallaban más resueltos a iniciar las hostilidades. Como hábil estratagema para impedir la reacción españolista se pensaba conservar a Velazco en el gobierno, y esto hubiera sido imposible si se apelaba a las armas. Caballero destacó nuevamente a Iturbe, retirando su anterior intimación. Velazco, sin contestar directamente a Caballero, dispuso que el Obispo García Panes y otros eclesiásticos se personaran ante las tropas para procurar, una vez más, un arreglo pacífico. El obispo se enteró de la inflexible determinación de los revolucionarios de no admitir otra solución que la aceptación incondicional de las exigencias del cuartel.

Capitulación de Velazco.
Resulto a no permitir nuevas dilaciones, por última vez Caballero despachó a Iturbe hasta la Casa de Gobierno. Esta vez Iturbe no llevaba sino un ultimátum verbal, que concedía al gobernador quince minutos de plazo para dar su respuesta. Velazco vio que toda resistencia era imposible y decidió capitular. La Revolución había triunfado. Una salva de cañonazos atronó los espacios y el pueblo, congregado en la plaza Mayor, prorrumpió en gritos de “¡Viva la Unión!”.
Consiguientemente a las proposiciones aceptadas por Velazco, había que nombrar los dos diputados que en nombre del cuartel se agregasen al Gobierno. Acerca de uno de los diputados no hubo discrepancia, pero sobre el otro diputado hubo alguna discusión. Somellera maniobró si éxito para ser elegido; el doctor Fernando de la Mora y el doctor Ventura de Bedoya excusaron su aceptación. Surgió el nombre del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, en torno al cual hubo extenso debate, pero finalmente fue proclamado. Caballero escribió al doctor Francia que estaba en Ybiray, comunicándole su nombramiento y pidiéndole que viniese inmediatamente a la capital.

El 16 queda constituido el nuevo Gobierno.
A las ocho de la mañana del día 16 el doctor Francia llegó al cuartel. Su primera disposición fue suspender el envío del emisario especial que estaba por ser despachado a Buenos Aires para comunicar la Revolución. Caballero informó enseguida a Velazco la designación de los diputados del cuartel, que, en consorcio con el gobernador, daría expedientes a la provincia gubernativas, en la inteligencia de éste régimen sería interino hasta tanto se arreglara la forma definitiva de gobierno. Ese mismo día los dos diputados juraron ante Dios y ante una cruz, en el patio del cuartel, desempeñar fielmente sus oficios. Poco después Francia y Zavallos se dirigieron a la Casa de Gobierno a iniciar sus nuevas funciones. La Revolución había triunfado sin derramarse una sola gota de sangre.
Había que comunicar al pueblo las finalidades de la Revolución. Pero el pueblo no deseaba la sujeción a Buenos Aires, lo cual, tampoco era la intención de los jefes de la revolución. Esto no atinaba a conciliar su deseo de unión con Buenos Aires. El doctor Francia, que hasta entonces había sido el director oculto del movimiento, al aparecer a la luz y tomar resueltamente las riendas del gobierno, dio a conocer la fórmula que podía permitir al Paraguay allanar esa contradicción. El 17 el Triunvirato lanzó un manifiesto en el que estaba expuesta la solución. Se prevenía allí al pueblo “que siendo tan benéficas como pacíficas las miras e intenciones del presente Gobierno y sus consorcios, del mismo que las del expresado Comandantes y tropas acuarteladas dirigidas solamente a promover la mayor felicidad de la Provincia, no han tenido por causa y por objeto en la presente determinación en entregar o dejar esta Provincia al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires, ni de otra alguna, y mucho menos el sujetarla a ninguna potencia extraña, y que todos los nominados, muy distante de semejantes ideas, no han tenido ni tienen otra de la de continuar con todo esfuerzo haciendo los sacrificios que sean posibles a fin de sostener y conservar los fueros, libertades y dignidad de esta Provincia, renaciendo siempre el desgraciado soberano bajo cuyos auspicios vivimos, uniendo y confederándose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas Provincias y las demás del Continente bajo un sistema de mutuo unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de Derechos”. Por primera vez se lanzaba a la paz del Río de la Plata la palabra “Confederación”.

Se busca la amistad portuguesa.
El motivo ocasional de la Revolución fue la creencia de que Velazco quería entregar la Provincia a Portugal. El nuevo Gobierno no creyó, sin embargo, prudente romper con Portugal. El 20 de mayo de 1811 se le entregó a Abreu una nota para don Diego de Souza, en la que se manifestaban deseos de seguir cultivando relaciones amistosas con los pueblos de dominio portugués. Pero al mismo tiempo que se intentaba este acercamiento, se dieron instrucciones a los comandantes de fronteras para que vigilaran los movimientos portugueses.

Destitución del gobernador Velazco.
El gobernador Velazco firmaba mensualmente cuantos documentos le presentaban los otros triunviros. Su actitud demasiado pacífica, originó recelos. Cundió el temor de que los capitulares continuaran sus maquinaciones con Portugal. Las sospechas se convirtieron en convicción cuando se conoció una carta dirigida por Carlos Genovés a Velazco. Otras cartas interceptadas por las autoridades dieron motivo al cuartel para una nueva intervención. El 9 de junio anunciaron los jefes y oficiales, en un Bando que se había visto precisados a suspender en sus oficios y guardarlos en lugar seguro al gobernador Velazco y a los miembros del Cabildo, quedando encargados del gobierno interino Francia y Zavallos.
No solamente se aplicaba la energía de los patriotas contra el partido españolista. Los porteñistas no fueron tratados con mayores consideraciones. El doctor Somellera, que fuera ya eliminado de todas las deliberaciones del Gobierno, fue apresado, así como numerosos amigos que le secundaban en su labor proselitista. El Congreso General iba a reunirse sin que los dos partidos extremistas estuvieran en condiciones para ejercer la menor influencia.

El 17 de junio se inaugura el 1er Congreso.
Convocado para construir el definitivo régimen de gobierno y regular la forma de unión y relaciones con Buenos Aires, el 17 de junio de 1811 fue inaugurado el Congreso General. Estaba integrado por los miembros de los cuerpos civil, militar y eclesiástico de la Provincia, de las diversas corporaciones, vecinos principales de la capital y compañías, invitados para concurrir mediante esquelas, y diputados de las villas y poblaciones del interior, elegidos en juntas de vecinos principales a simple pluralidad de votos. Eran no menos de 26 congresistas, de los cuales sólo cuatro de nacionalidad española. Presidieron la asamblea, los asociados doctor Francia y capitán Cevallos y el comandante del cuartel, capitán Pedro Juan Caballero, quienes abrieron el acto con un mensaje en que explicaron los propósitos de la convocatoria y el espíritu que animaba a la Revolución, y declararon que la Asamblea tenía completa libertad para tomar decisiones. “La Provincia del Paraguay decían, volviendo del letargo y de la esclavitud, ha reconocido y recobrado sus derecho y se halla hoy en plena libertad para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad”.
Todos los ciudadanos que habían concurrido al Congreso, recuerda Molas, manifestaban la mas tierna y dulce sensación al contemplarse libres y con plena facultad de votar, según su conciencia, sobre la forma de gobierno que los había de regir en adelante. En todas las conferencias no hubo disensiones ni contiendas que dividiesen los ánimos ni la uniforme opinión popular.

Se constituye una junta gubernativa presidida por Yegros.
En virtud de haber sido proclamado las proposiciones de Molas, el Congreso resolvió el cese definitivo del gobernador Velazco y la constitución de una Junta Superior Gubernativa, presidida por el teniente coronel Fulgencio Yegros e integrada en calidad de vocales, por el doctor José Gaspar de Francia, el capitán Pedro Juan Caballero, el doctor Francisco X. Bogarín y don Fernando de la Mora. La Junta no debía durar más de cinco años y su reemplazo tenía que verificarse en Congreso General. Su presidente debía ser el comandante general de armas y al mismo tiempo suplir las veces de juez de alzadas para las causas mercantiles. También se decidió la privación de sus oficios a los miembros del Cabildo, a excepción del alcalde provincial Manuel Juan Múxica, y se autorizó a la Junta a construir el nuevo Ayuntamiento. Acerca de las cualidades requeridas para llegar a las funciones públicas se decretó que tendrían acceso a ella los naturales, siempre que concordaron sus opiniones con las adoptadas por el Congreso, y aún los americanos, con tal que uniformaran también sus ideas “con las de este Pueblo”. Los españoles quedaron inhabilitados para el mismo efecto, haciéndose expresa excepción en favor del capitán Zavallos, por los servicios que había prestado a la Revolución.

Se resuelve la unión con Buenos Aires.
Quedó resuelto, con un solo voto en contra, que “esa Provincia no sólo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas con el efecto de formar una sociedad fundada en principio de justicia, de equidad y de igualdad” bajo las siguientes condiciones: 1º El Paraguay aceptaba enviar un diputado al Congreso General de la Provincia con el fin de arreglar la Autoridad Suprema Superior y de dictar la Constitución; 2º Cualquier reglamento, forma de gobierno o Constitución que se dispusiera en el Congreso General no obligaría a la Provincia hasta tanto que se ratificase por el voto de sus habitantes y moradores; 3º Mientras que no se formara el Congreso General, la Provincia se gobernaría por sí misma sin reconocer ninguna jurisdicción de la Junta de Buenos Aires; 4º Querdarían suprimidos los impuestos de sisa y arbitrio sobre la yerba que se cobraba en Buenos Aires para que la Provincia pudiera gravarla con destino a sus propias necesidades; 5º Extinguido el Estanco del Tabaco, quedaría este producto y todos demás del país de libre comercio con otras provincias. El congreso designó, diputado al doctor José Gaspar de Francia.
Son suprimidos el Estanco y el servicio militar gratuito. La Provincia en libertad de determinarse por sí misma, aplicó su voluntad a la inmediata supresión de los dos gravámenes que mayormente entorpecían su vitalidad. El congreso de Junio decretó la libertad de comercio extinguiendo el Estanco de Tabaco, y al mismo tiempo puso fin al servicio militar general, obligatorio y gratuito, disponiendo la creación de tropas remuneradas, a cuyo efecto creo los recursos necesarios.

Bibliografía: Efraím Cardozo. Paraguay Independiente.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La Educación Paraguaya en el Periodo 1900 - 1935

La instrucción primaria y normal.
La enseñanza media y profesional.
Institutos privados.
Las escuelas de comercio.
La Universidad.
Establecimientos militares de enseñanza.
Profesores contratados y becarios paraguayos en el exterior.


LA INSTRUCCION PRIMARIA Y NORMAL
Desde comienzos del presente siglo, pese a todas las alternativas de nuestro desenvolvimiento político y económico, la instrucción pública ha ido en sostenido incremento.
El sistema de escuelas graduadas, con maestros diplomados o asimilados a ellos, fue desalojando a las anteriores, de aula única y a cargo de preceptores improvisados, de ninguna formación pedagógica. De las escuelas normales que se abrían, iba egresando el personal docente capacitado y las escuelas superiores de las cabeceras de partidos, así como también las medias y elementales de barrios y compañías rurales, ponían la instrucción primaria al alcance de la niñez paraguaya.
En 1901, había 25.137 alumnos inscriptos en las escuelas de toda la República. En 1910, eran 52.000, y en 1930, 108.222. En l910, alcanzaba a 428 el número de escuelas del Estado y a 41, el de las particulares. En 1920, funcionaban 583 escuelas públicas, con un total de 1.154 secciones, y en 1932, eran 768 las escuelas primarias del Estado, casi todas.
De doble turno, con 1.524 secciones, y 59 las privadas (4). En 1900, enseñaban 557 maestros, en su inmensa mayoría sin titulo habilitante; en. 1910, 987; y en 1930, 2.452, entre las cuales era ya crecida la proporción de poseedores de diploma profesional.
En todo este proceso de fomento educacional, han tenido favorable, incidencia la creación del Consejo Nacional de Educación, dispuesta en 1899, y la Ley de Educación Obligatoria, de 1909.
Como ya hemos referido, la formación profesional de los maestros comienza en 1896, con el establecimiento de dos Escuelas Normales, masculina y femenina respectivamente, unificadas en, 1909 en un instituto de alto nivel científico y de coeducación de los sexos.
Los mejores egresados de las primeras promociones de maestros pudieron seguir cursos de perfeccionamiento y obtener títulos de mayor categoría en el extranjero, especialmente en la Escuela Normal de Paraná (República Argentina). Mas en la segunda década de nuestro siglo se habilitaba el ciclo superior del Profesorado y el centro formativo central pasaba desde 1919 a denominarse Escuela Normal de Profesores “Presidente Franco”, como homenaje al extinto gobernante que llevara adelante la iniciativa y al eminente educador que había reformado los planes de la enseñanza media.
Al mismo tiempo y de modo gradual, se fue extendiendo la enseñanza normal al interior y para 1920 funcionaban escuelas de esta especialidad en Villarrica, Pilar, Concepción, Encarnación, Barrero Grande (hoy Eusebio Ayala) y San Juan Bautista de las Misiones, de nivel elemental las cuatro últimas, pero que más tarde alcanzaron categoría superior.
Todas las escuelas normales tenían anexas una o dos secciones primarias completas, las cuales funcionaban como cursos de aplicación de aquéllas y se hallaban atendidas por el personal docente más capaz de la época.
Los planes y métodos de la educación primaria, establecidos en 1896 sufrieron reformas en 1915 y 1922, en esta última oportunidad conforme a las más modernas corrientes pedagógicas. También en 1922 se revisaron las bases y los procedimientos de la enseñanza normal, Mas ésta recibiría su orientación definitiva con la reforma de 1933 que mantuvo su vigencia por espacio de un cuarto de siglo. A partir de esa fecha, toda escuela normal contaba con un curso preparatorio; con cuatro años más de aprendizaje teórico-practico, se alcanzaba el título de Maestro Normal, y con la aprobación de otros tres años adicionales de estudios, se llegaba a Profesor Normal, cuyo diploma habilitaba para el ingreso en la Universidad para el ejercicio de la cátedra secundaria y para el desempeño de las funciones directivas de la instrucción pública.
Entre los pedagogos que influyeron más notoriamente en el desenvolvimiento y progreso de la enseñanza primaria y normal, corresponde tener presentes a Manuel Amarilla, Adela y Celsa Speratti, Estanislao Pereira, Ernesto Velázquez, Josefa Barbero, Juan R. Dahlquist (argentino), Catalina Q. de Domínguez. Concepción Silva de Airaldi. Manuel W. Chaves, Manuel Riquelme, Ramón I. Cardozo. Inocencio Lezcano, Aparicia Frutos, María Felicidad González y Cármen Garcete. Posteriores a ellos son Rosa Ventre, Máximo Arellano, María Rodiño, Emilio Ferreira, Lidia Velázquez, Adolfo Avalos, Gaspar N. Cabrera, Espíritu Núñez Riera y Emiliano Gómez Ríos, todos los cuales alcanzarían funciones de responsabilidad en los años inmediatamente anteriores a la guerra del Chaco. Otros dignos y sacrificados educadores cumplían su cometido en ciudades, villas y pueblos del interior.
Manuel Amarilla (1864-1918), que obtuvo su título de Profesor Normal en Buenos Aires, promovió en 1395, desde la presidencia del Consejo Superior de Educación, la apertura de las dos primeras Escuelas Normales. Su acción resultó también decisiva para el establecimiento y difusión de la enseñanza graduada. En la primera década del siglo, desempeñó las funciones de Director General de Escuelas y ocupó cátedras de su especialidad en institutos de formación del magisterio:
Adela Speratti (1865-1902), formada por educadoras norteamericanas en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay (Entre Ríos), ejerció la docencia en a Argentina y en 1890 regresó a nuestro país. Primera directora de la Escuela Normal de Maestras, hasta su temprana muerte fue el alma de esta institución, a la que contribuyó a darle el alto nivel pedagógico que desde el primer momento tuvo. Su hermana Celsa Speratti de Garcete (1868.1938) fue su principal colaboradora y por breve lapso la sucedió en las funciones directivas.
Ramón I. Cardozo (1876-1943), dedicó más de cuarenta años a la actividad docente, a la cual se incorporó antes de obtener su diploma de maestro. En Villarrica, de donde era nativo, ejerció por casi un cuarto de siglo cátedras en el Colegió Nacional y en la Escuela Normal, de la que fue también Director y reorganizador.
En 1921, el Presidente Gondra lo llamó a la capital para confiarle la Dirección General de Escuelas que llevaba aneja la dignidad de Presidente del Consejo Nacional de Educación. Permaneció trece proficuos años en tan relevantes funciones y su labor alcanzó notable trascendencia.
A Cardozo se debe la reforma de la enseñanza del año 1922. Difundió él entre sus subordinados el conocimiento de las nuevas corrientes pedagógicas, especialmente el de la llamada escuela activa, para cuyo efecto fundó la revista “La nueva enseñanza” y habilitó en el local del Consejo de su presidencia una biblioteca pedagógica con un régimen de préstamos a domicilio para los docentes. Promovió, además, los planteles experimentales y fue el primero en ap1icar el sistema de “test” y en llevar a cabo mediciones antropométricas en las escuelas del Paraguay. Obra suya fue, también, la reforma de la enseñanza normal de 1933.
Entre sus publicaciones, se cuentan “Educación panamericana”, Pestalozzi y la educación contemporánea”, “Proyecto de legislación escolar”, Reforma escolar” y “Nueva orientación de la enseñanza primaria”, reeditadas estas dos en su libro “Por la educación común”, así como también tres volúmenes de “Pedagogía de la escuela activa”. Fue autor, asimismo, de tres tomitos de “El Paraguayo”, manual de aprendizaje de la lectura para los primeros años de la escuela elemental.
Catedrático de Historia del Paraguay, Cardozo dejó como resultado de sus investigaciones, “El Guairá” y “Melgarejo”, dos obras originales y bien documentadas.
Como representante paraguayo, concurrió a conferencias internacionales de educación.
Manuel Riquelme (1885-1961), maestro diplomado en Asunción, completó su formación en la Escuela Normal de Paraná, donde obtuvo los títulos de mayor jerarquía que otorgaba ésa institución.
En el orden directivo de la educación, fue Director de la Escuela Normal de Profesores “Presidente Franco”, Director General de Escuelas y Secretario del Ministerio de Instrucción Pública. Enseñó Filosofía, Psicología y disciplinas afines en la Escuela Normal y en el Colegio Nacional. Organizó la primera Escuela de Humanidades y tomó parte en la fundación de la segunda de ellas, antecedentes ambas de la actual Facultad de Filosofía, y en los últimos años de su vida regentó la Universidad Popular, instituto privado de divulgación de nivel superior.
Desde la Dirección General de Escuelas y otros cargos, Riquelme influyó en la reforma de los planes de enseñanza, en el establecimiento de consejos regionales de educación y en la fundación en localidades del interior de las ya mencionadas escuelas normales elementales.
Entre otras publicaciones suyas, recordaremos “Reforma del plan de estudios de las Escuelas Normales”, “Filosofía y educación”, “Educación romántica” y “Lecciones de Psicología”. Tres de sus libros, “Esfuerzo”, “Aspiración” y “Solidaridad”, sirvieron por varios años de textos de lectura en las escuelas primarias.
María Felicidad González, discípulas de las hermanas Speratti, completó el profesorado, con honores, en Paraná, en 1907. Ejerció la cátedra de Pedagogía y durante muchos años fue Directora de la Escuela Normal. Actuó en los movimientos feministas e integró la delegación paraguaya a la VII Conferencia Panamericana, celebrada en Montevideo en 1933: es la primera mujer que en América ha tomado asiento en una reunión internacional de esa categoría.
Entre las publicaciones de orientación para educadores, cabe recordar la “Revista de Instrucción Primaria”, del Consejo de Educación, y “La Enseñanza”, de la Asociación Nacional de Maestros, dirigidas ambas por Juan R. Dahiquist, y “La Nueva Enseñanza”, ya mencionada, que fundó Ramón I. Cardozo cuando era Director General de Escuelas.

LA ENSEÑANZA MEDIA Y PROFESIONAL
Hasta la habilitación del correspondiente curso en el de San José, en 1908, la enseñanza media se hallaba exclusivamente a cargo de institutos oficiales en la capital interior.
Regia desde 1904 el llamado Plan Franco, elaborado por Manuel Franco (1870-4919), entonces Rector del Colegio Nacional, .y aprobado por la Ley de Enseñanza Secundarias. En virtud del mismo, el ciclo del bachillerato duraba seis años y comprendía de manera equilibrada, las humanidades, las ciencias exactas, físicas y naturales y las lenguas vivas. Alcanzó su vigencia hasta 1931 y en el transcurso de la misma se incorporaron en el sistema los primeros establecimientos privados.
El Colegio Nacional, fundado en 1877, seguía siendo el más importante centro formativo de la juventud: el nivel de la enseñanza; la jerarquía moral e intelectual de sus profesores y el número de sus alumnos le asignaban de modo indiscutible esa situación. Además y a partir de 1906, comenzó la construcción de un moderno y amplio local destinado a sustituir a las antiguas viviendas adaptadas para la enseñanza. Un gabinete de física, otro de ciencias naturales y un laboratorio de química, además de la biblioteca, completaban el material didáctico. La Biblioteca Nacional que por mucho tiempo ocupara parte del edificio del Colegio se trasladó a instalaciones especialmente erigidas para el efecto, en la misma manzana, donde hoy tiene su asiento el Archivo Nacional.
Durante el primer tercio del siglo, Juan Cancio Flecha, Manuel Gondra, Inocencio Franco. Cleto Homero, Manuel Domínguez, Manuel Franco, Cleto J. Sauichez, Juan E. O’Leary, Emeterio González, Ignacio A. Pane. Estanislao Pereira, Eligio Ayala, Viriato Díaz Pérez, Pedro Bruno Guggiari, Gustavo Crovato, Tomas Osuna, Juan B. Nacimiento, Manuel Riquelme y Juan Vicente Ramírez, entre muchos otros igualmente meritorios, tuvieron a su cargo el rectorado del instituto o ejercieron la cátedra, con dignidad y saber.
En 1931, siendo Justo Pastor Benítez ministro de instrucción pública, el plan de estudios secundarios sufrió profunda modificación: se cambió el orden de las materias, fueron suprimidas algunas y agregadas otras y su extensión total se redujo a cinco años. Para el ingreso de los bachilleres en la Universidad, se requería la aprobación previo de un curso preparatorio especializado.
El plan de 1931 dio lugar a objeciones y un Congreso de Educadores, reunido en 1939 por convocatoria del Ministerio de Instrucción Pública, recomendó su reforma. Tomando como base las deliberaciones de dicha asamblea, se formuló un nuevo plan, cuya aplicación comenzó en 1940. Guardando en general similitud con el Plan Franco, contemplaba los adelantos de la ciencia pedagógica y el notable desarrollo de los conocimientos humanos.
La enseñanza profesional, además de los cursos especializados del Instituto Paraguayo ya mencionados y que gozaban de subvención oficial, se impartía en la Escuela Nacional de Agricultura, dirigida sucesivamente por Moisés S. Bertoni, por Anastasio Fernández y por otros técnicos paraguayos, y asentada en Santísima Trinidad, y en las Escuelas Agropecuarias Regionales, de nivel más elemental, que fueron estableciéndose en Villarrica, Concepción, Caazapá y otros puntos del interior. Poco después de la guerra, comenzaba el experimento pedagógico de las Escuelas Vocacionales, Institutos formativos de dirigentes de la educación rural, que funcionaron en Yaguaron, Ybytimi. San Juan Nepomuceno, Capitán Bado y otras poblaciones.

INSTITUTOS PRIVADOS
En julio de 1904, con autorización de S. S. León XIII y por gestiones del Obispo Bogarin, sacerdotes vascos franceses abrían en Asunción el Colegio de San José, primero de los institutos privados que establecería cursos secundarios. Sus promociones de bachilleres han egresado de manera ininterrumpida desde 1913.
El Colegio de San José, desde sus años, iniciales, influyó notoriamente en la vida religiosa y cultural de la República.
A los PP. Tounedou, Losthe, Cestac, Chenu, Bellocq, Pucheu. Saubatte. Nuutz y otros sacerdotes y legos franceses de grandes servicios, se han sumado españoles, latino-americanos y paraguayos, éstos ya después de la guerra del Chaco.
El Colegio de San José promovía el cultivo de las letras entre sus alumnos, los familiarizaba con la cultura francesa y europea en general y les proporcionaba una sólida formación católica. Desde 1909, ha funcionado una Academia Literaria, que sostuvo publicaciones de interés y en la década siguiente se fundaba la Asociación de Ex-Alumnos. Desde los primeros años de su acción en el Paraguay, los religiosos de esta casa de estudios prepararon manuales explicativos de las diversas materias de los planes primario y secundario, de innegable utilidad para los estudiantes.
La antigua Escuela Alemana, transformada en Colegio Alemán, también estableció desde 1934 cursos de bachillerato, en tanto que la escuela Italiana “Regina Elena”, habilitada por la colectividad de ese origen en 1908, introdujo idéntica innovación en la misma década del 30 al 40.
Poco después de 1920, una misión privada norteamericana organizaba el Colegio Internacional, pronto trasladado a amplias y funcionales instalaciones. Su curso secundario fue inaugurado en 1927 y los primeros bachilleres obtuvieron sus diplomas cuando ya se libraban las batallas iniciales de la guerra del chaco. Este instituto fomentó grandemente la práctica de los deportes y, entre otras novedades, se le debe la introducción del básquetbol en el Paraguay.
Monjas salesianas dirigen desde 1900 el Colegio de María Auxiliadora, que por un tiempo mantuvo cursos de comercio y ha dedicado especial atención a la enseñanza normal.
Religiosas españolas establecieron en 1915 el Colegio Teresiano que al cabo de unos años agregó la enseñanza secundaria a la primaria con la que había comenzado su acción.
La Compañía de Jesús volvió al Paraguay en vísperas de la guerra del Chaco y abrió de inmediato el Colegio Cristo Rey.
Los Colegios de la Providencia y Monseñor Lasagna, de fines del siglo anterior, también acrecentaron sus planteles.
Diversas escuelas primarias particulares, laicas las unas y confesionales las otras funcionaban en la capital y en el interior: en 1910, su número alcanzaba a 41.
Para la época de la guerra del Chaco, merecían especial mención en el interior, el Instituto San José y una escuela femenina, ambos en Concepción y perteneciente a la orden salesiana, la cual también sostenía una importante Escuela Agrícola en Ypacaraí.
E 1933, la inauguración del Secretariado Paraguayo de Niñas abría nuevas posibilidades para la formación profesional del de la mujer.
Para los institutos secundarios privados regia el sistema de incorporación a un establecimiento oficial de idéntico nivel: catedráticos de éste, con calidad de interventores, tomaban los exámenes finales de cada curso a los alumnos de aquéllos. El procedimiento se mantiene en general hasta nuestros días.

LAS ESCUELAS DE COMERCIO
Mención especial merecen las Escuelas de Comercio que por espacio de más de cincuenta años sirvieron de centros formativos de Contadores Públicos y Peritos Mercantiles.
La primera de ellas se constituyó corno Centro de Contabilidad en la década inicial del presente siglo, por iniciativa del Centro de Empleados de Comercio y para proporcionar formación profesional a los socios de esta entidad gremial. Su vida y crecimiento se debe principalmente a la acción sostenida y abnegada del brasileño Jorge López Moreira y del paraguayo Alfonso B. Campos (1881- 1961).
La Escuela de Comercio “Jorge López Moreira”, así llamada en homenaje a su fundador, pronto rebasó sus objetivos iniciales y amplió las bases de su enseñanza. Desde los comienzos contó con apoyo oficial y se le permitió utilizar las instalaciones del Colegio Nacional. Fue nacionalizada poco antes de la guerra del Chaco.
Con el correr del tiempo, creció el número de escuelas de comercio, casi todas de propiedad privada, en Asunción y en el interior. Contribuyeron ellas eficazmente a facilitar el acceso a la educación secundaria a los jóvenes desprovistos de recursos, pues su enseñanza habilitaba desde el primer curso para el ejercicio de empleos remunerados. Se les debe, también, la formación de una clase media intelectual en las ciudades y pueblos del interior muy útil en todos los órdenes de la vida paraguaya.

LA UNIVERSIDAD
Como hemos visto, en 1900 la Universidad Nacional comprendía las Facu1tads de Derecho y Ciencias Sociales y e Ciencias Médicas, el Colegio Nacional de la capital y los cuatro institutos secundarios del interior, estos últimos con solamente los tres primeros años del plan de estudios.
La Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, con sus cursos de abogacía y de notariado, fue ampliado y modernizado el campo de su enseñanza, con materias nuevas como la Sociología y la Historia Diplomática.
El gran vacío producido por los sucesivos fallecimientos de Benjamín Aceval y de Ramón Zubizarreta, acaecidos respectivamente en 1900 y 1902, fue llenado con la incorporación a la docencia de Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Teodosio González, Antolin Irala, Emeterio González, Félix Paiva, Federico Codas, y otros hombres de estudio diplomados en la propia Facultad. En años posteriores, se incorporarían a la cátedra Eusebio Ayala, Ignacio A. Pane, Eladio Velázquez, Enrique Bordenave, Luís De Gasperi, Luís A. Argaña. Justo Prieto y otros profesores más jóvenes. Varios de los aquí mencionados serían autores de tratados y manuales de las disciplinas de su especialidad.
De la Facultad de Ciencias Médicas, en 1904 egresaban los primeros doctores. Para 1909 alcanzaría su número a 38, siendo los primeros de la lista en orden cronológico Andrés Barbero, Eduardo López Moreira, Juan Romero y Manuel Pérez. Por su parte, José P Montero, diplomado en Buenos Aires, organizaba con grandes sacrificios la Maternidad y la Escuela de Obstetricia, de notable trascendencia social.
Clausurada en 1909, la Facultad fue reabierta en 19016, reorientada pocos años después por una brillante misión de profesores franceses a los que se sumarían italianos y alemanes, reforzada con la nacionalización del Hospital de Clínicas y la fundación de institutos especializados, y nueva y definitivamente organizada en 1932.
Después del núcleo fundador de Velázquez, Insfrán, Duarte y Peña, fueron catedráticos el ya mencionado Montero y Luís E. Migone, Justo P. Vera, Ricardo Odriosola, Esteban Semidei, Alejandro J. Dávalos y otros médicos, perfeccionados casi todos ellos en los principales centros científicos de Europa. En la década del 30, les sucedieron Carlos Gatti, Julio Manuel Morales, Gustavo González, Pedro De Felice, Manuel Giagni, Ramón Doria, Manuel Riveros, Juan Max Boettner y otros catedráticos más jóvenes, algunos de los cuales permanecen en nuestro tiempo en la función docente.
La antigua Escuela de Farmacia recibió notable impulso y elevó el nivel de enseñanza con el concurso de Pedro Bruno Guggiari (1885 – 1933) y Gustavo Crovato, formados en universidades europeas, a los que se sumaría más tarde Ricardo Boettner, y ha servicio de base a la actual Facultad de Química.
Aunque la ley fundacional de 1889 disponía la creación de una Facultad de Matemáticas, ello no tuvo efecto. En 1921, con la dirección del capitán de navío Elías Ayala, se establecía la Escuela de Agrimensura, y en 1926, con el concurso de ingenieros paraguayos formados en Europa y Estados Unidos y de emigrados rusos zaristas, inauguraba sus actividades la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, con cursos de ingeniería civil y agrimensura. Aconteció esto en la presidencia de Eligio Ayala y siendo Adolfo Aponte ministro de instrucción pública. Durante la primera década de actividades de la institución, ejercieron el decanato Juan B. Nacimiento, Albino Mernes y Francisco Fernández.
En 1931 y dependiente de la Facultad de Derecho, se disponía la habilitación de la Escuela Libre de Ciencias Políticas y Económicas, base de la futura facultad, y poco después la Escuela Libre de Humanidades, dirigida por Manuel Riquelme servía de antecedentes a la Facultad de Filosofía. También es de entonces la Escuela de Odontología, anexa a la Facultad de Ciencias Médicas, que no llegó a funcionar por el estallido de la guerra.
El gobierno de la Universidad estaba a cargo de un Rector, a la vez Presidente del Consejo Secundario y Superior, y dependía directamente del Ministerio de Justicia. Culto e Instrucción Pública.
En 1929, se dictó la ley Nº 1.048 de Autonomía Universitaria. Profesores, alumnos y egresados no docentes concurría a la formación del Consejo Superior Universitario, presidido por el Rector. Similar principio se aplicaba para el régimen interno (le las diversas Facultades, y se reglamentaba la carrera docente, al mismo tiempo que se establecía la ciudadanía universitaria.

ESTABLECIMIENTOS MILITARES DE ENSEÑANZA
En 1897 y en usufructo de becas ofrecidas por el gobierno de Chile, se trasladó a ese país un grupo de jóvenes destinados a seguir la carrera de las armas. Gozaba entonces la escuela militar chilena de prestigio continental y habían intervenida en su orientación calificados instructores del Ejército Imperial. Alemán. Los oficiales paraguayos formados en Chile, sumados a un grupo más reducido de egresados de los institutos militares y navales de la Argentina, introdujeron en el Ejército y en la Marina las concepciones tácticas, las normas de organización y los métodos de instrucción de mayor aceptación en esa época.
En 1905 y con la dirección del entonces mayor Manija Schenoni, graduado en Chile, se organizó la primera Escuela Militar, Aunque de corta duración, sirvió para formar un grupo de oficiales profesionales de larga actuación en las instituciones armados.
En 1908, se habilitaba la Escuela Naval de Mecánicos que funcionó varios años y proporcionó técnicos a la Armada y a las industrias privadas.
En 1915, en la misma época que se promulgaba la Ley de Servicio Militar Obligatorio, se disponía la fundación de la Escuela Militar. Ejercía entonces la Presidencia de la República Eduardo Schaerer y era Ernesto Velázquez su ministro de guerra y marina. La dirección del instituto le fue confiada al Coronel Schenoni, autor del plan de estudios y orientador de la formación de los oficiales por espacio de varios años. A éste lo sucedieron hasta la guerra del Chaco los mayores José Félix Estigarribia, Camilo Recalde y Arturo Bray.
Objetivo esencial de la Escuela Militar era la afirmación de un cuadro profesional de oficiales capaz y apartidista. El nivel del a enseñanza se mantuvo alto; Además de los militares que tenían a su cargo las cátedras profesionales y la instrucción, profesores civiles de jerarquía reconocida dictaban clases de humanidades y ciencias. La primera promoción de tenientes egresó en 1917, y para 1932 los graduados de la Institución constituían buena parte de los cuadros medios y subalternos de las fuerzas armadas.
En 1914 y a cargo de Silvio Pettirossi, se había dispuesto la apertura de una Escuela de Votación, malograda por la muerte de aquél cuando piloteaba precisamente el aparato destinado a la institución.
La Esencia de Aviación Militar, establecida en Campo Grande hacia 1927, contó con el concurso sucesivo de Instructores franceses y argentinos y sirvió de base para la Aeronáutica Militar.
Poco después se fundaba la Escuela de Especialidades de la Armada, con asiento en los Arsenales de Guerra y Marina, en Puerto Sajonia, para la formación de expertos maquinistas, mecánicos, electrotécnicos y automovilistas. Años más tarde se inauguraría la Escuela de Artes y Oficios de la Armada.
En 1928, con gran concurrencia de estudiantes universitarios y secundarios y bajo la dirección del entonces mayor Camilo Recalde, comenzó a funcionar la Escuela de Oficiales de Reserva.
En 1931 y 1932, con el concurso de una misión militar argentina encabezada por el coronel Abraham Schweitzer, desarrolló sus actividades la Escuela Superior de Guerra que nucleó a capitanes y jefes jóvenes para habilitarlos para las funciones de Comando y Estado Mayor.
Además, se dictaron los reglamentos de las diversas armas y servicios y se los mantuvo actualizados, al propio tiempo que se estimulaba a los oficiales a publicar estudios de carácter profesional.
Corresponde recordar también en la presente reseña la Escuela de Policía, organizada en 1930 para el adiestramiento de la oficialidad y tropa de los cuerpos de seguridad, y la Escuela de Aprendices Músicos, de la misma repartición, que por años desarrolló interesante acción y contó con la dirección de maestros de banda italianos y paraguayos.

PROFESORES CONTRATADOS Y BECARIOS PARAGUAYOS EN EL EXTERIOR
Desde la contratación de Ildefonso A. Bermejo, hace ya más de cien años, han actuado profesores y misiones culturales y técnicas extranjeras en nuestro país. Con la cooperación de docentes europeos y americanos, se pudieron fundar el Colegio Nacional, el Seminario, la Escuela de Derecho la Universidad Nacional. Zubizarreta, Olascoaga. Valiory, Anisits, Elmassian y Eertoni ocuparon la cátedra, fundaron institutos especializados, trazaron planes de estudios y participaron de la orientación de la enseñanza en los últimos años del siglo pasado y en los iniciales del presente.
Instructores militares de diversa procedencia actuaron en el Paraguay en el período del cual nos estamos ocupando. Una comisión de jefes y oficiales alemanes, para el adiestramiento de la oficialidad y la tropa, prestó útiles servicios, aproximadamente entre. 1910 y 1914. Para el perfeccionamiento de los oficiales del Ejército y la Aviación, en 1927 fue contratada una misión militar francesa. Ya nos hemos referido a la misión argentina que tuvo a su cargo la Escuela Superior de Guerra hasta la iniciación de las hostilidades en el Chaco.
Entre 1927 y 1931, cumplió tareas de reorganización y enseñanza en la Facultad de Ciencias Médicas una muy calificada misión francesa. La encabezaba el académico Henri Roger, Decano de la Facultad de Medicina de Paris y catedrático de fisiología, y formaban parte de ella los profesores Lefas, Py, Delamare, Andrés y Gery. Además, actuaron en idéntico menester y en la misma época, los italianos Gaetano Martirio, más tarde ministro de relaciones exteriores en su patria, y Claudio Natale, y otros destacados hombres de ciencia. Todos ellos eran verdaderos maestros, de sólida preparación y de aptitudes docentes. Su labor fue de gran utilidad y contribuyó al alto nivel que caracteriza a los estudios médicos en el Paraguay.
El naturalista alemán Carlos Fiebrig fue contratado para organizar y dirigir el Jardín Botánico y Museo de Historia Natural, que en los años inmediatamente anteriores a la guerra del Chaco alcanzó notoria importancia. Precursores suyos en el cultivo, y enseñanza de las ciencias naturales habían sido el húngaro Daniel Anisits, los suizos Emilio Hassler y Moisés S. Bertoni y el paraguayo Teodoro Rojas. Fiebrig publicó monografías especializadas y formó aventajados discípulos en el Paraguay.
Para la enseñanza de las lenguas vivas en los institutos secundarios, fueron contratados en diversas épocas profesores europeos.
Aunque no vinieron expresamente para el efecto, deben ser recordados los emigrados rusos… los ingenieros y matemáticos Conradi, Sispanov, Krivosheim, Bobrovsky y otros, que con su cooperación hicieron posible el funcionamiento regular de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
En el período al cual hacemos referencia, todos estos contratos de técnicos y catedráticos extranjeros debían ser costeados con los recursos financieros del Estado Paraguayo.
Igualmente y desde los comienzos del siglo XX hasta el estallido de la segunda guerra mundial, existió un sistema de becas para estudiantes y graduados paraguayos, financiado íntegramente con fondos del tesoro nacional.
En 1903 y previo concurso, fueron comisionados a Italia los primeros estudiantes de bellas artes: los pintores Juan Samudio y Pablo Alborno y el músico Fernando Centurión de Záyas.
Por ley del 1º de agosto de 1905, se reglamentó el régimen de concesión de becas para cursar estudios medios y superiores en el exterior, y por resolución ministerial del 5 de abril de 1906, se acordó ayudar con el pago de pasaje a los estudiantes paraguayos que viajaban sin beca a completar su formación. En ambos casos, se estableció un sistema de fianzas y de control, para evitar que el fisco resultara defraudado.
Al amparo de estas disposiciones libérrimas, médicos y abogados fueron a perfeccionarse en los más afamados centros científicos europeos, estudiantes más jóvenes cursaron las carreras de medicina, arquitectura y finanzas o se especializaron en bellas artes y humanidades en Francia, en tanto que otros seguían ingeniería en la misma Francia, en Gran Bretaña y en Bélgica, química y medicina en Alemania, odontología, agronomía e ingeniería mecánica, civil, electrotécnica y naval en los Estados Unidos.
De los 38 primeros doctores en medicina, para 1911, 21 habían sido becados para cursos de dos años de perfeccionamiento en Europa, y más tarde siguió en vigencia el sistema. Para el mejor egresado de la Facultad de Derecho, también existía la bolsa de viaje a París.
En las Universidades de Buenos Aires y Montevideo, hubo siempre gran número de becarios paraguayos que estudiaban medicina, odontología, química, ingeniería, arquitectura, agronomía, veterinaria y otras carreras.
En 1903, un pequeño grupo de jóvenes paraguayos fue comisionado a seguir sus estudios en el Colegio Militar de la Argentina. De 1905 a 1914, otros capitanes y mayores completaron su formación en academias y unidades de combate del Ejército Imperial Alemán, en tanto que por esos mismos años oficiales subalternos eran enviados en misión de estudios a Chile. Después de la primera guerra mundial y hasta 1932, oficiales subalternos eran becados en Chile y la Argentina, en tanto que jefes recién promovidos a esa categoría recibían destinos e Francia, Italia y Bélgica: los mayores Estigarribia, Ayala, Irrazábal, Fernández, Recalde y Delgado, que ocuparían los mas altos mandos durante la contienda chaqueña, tuvieron entonces la oportunidad de ampliar sus conocimientos y recoger las experiencias de los vencedores de la reciente guerra mundial.
También clases e individuos de tropa fueron enviados a la Escuela de Mecánica de la Armada, de Buenos Aires.
BIBLIOGRAFIA
Rafael Eladio Velázquez “Breve Historia de la Cultura en el Paraguay”
Emilio Uzcátegui, “Panorama de la educación paraguaya”
Santiago Sánchez, “Estadística educacional del año 1955”
Amadeo Báez Allende, “Reseña histórica de la Universidad Nacional”

La Constitución de 1940.

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