martes, 23 de junio de 2009

CAUDILLOS E IDEOLOGOS COMUNEROS.

El pueblo paraguaya es el gran actor de la epopeya comunera. Pero de este pueblo se destacaron ciertos varones singulares, que asumieron la dirección y orientación de la conducta social. Recordaremos a algunos, de notable actuación en el período que corre de 1720 a 1735, el más interesante del largo proceso comunero.

José de Antequera y Castro, nacido en la ciudad de Panamá el 1° de enero de 1689 y bautizado en su Catedral quince días más tarde, era hijo del Lic. José de Antequera y Enríquez, natural de Alcalá de Henares y magistrado sucesivamente de las Audiencias de Panamá, Charcas y Lima, y de doña Juana Maria de Castro, nacida en Bélgica, entonces dominio español, pero de familia leonesa. Cursó estudios y se doctoró en Cánones en la Universidad de Charcas, en los estrados de cuya Audiencia fue abogado desde la edad de veintitrés años, para alcanzar más tarde la dignidad de Fiscal y Protector de Naturales de la misma. Era caballero de la orden de Alcántara y había obtenido también un beneficio en la catedral de Cochabamba. Tenía poco más de treinta año cunado vino al Paraguay por juez pesquisidor.
Puso su ilustración y su conocimiento del mundo al servicio de la justa causa paraguaya. En sus cartas polémicas con el Obispo Palos, escritas en la prisión desarrolló su ideología basada en el pensamiento de los juristas y teólogos españoles de los siglos XVI y XVII. Dio consistencia doctrinaria a inquietudes que desde mucho tiempo antes flotaban en el ambiente paraguayo. Fue consecuente hasta morir.

José de Avalos y Mendoza (1672 - 1722), criollo paraguayo de ilustre ascendencia, de gran versación jurídica de notables servicios en la guerra con el indio, era hijo del general Francisco de Avalos y Mendoza y de doña Ignacia Díaz de Ovalle, y descendía de Gonzalo de Mendoza y de Domingo Martínez de Irala.
Ya en 1705, había sostenido la teoría de la supremacía del interés general sobre el meramente fiscal o estatal. Conservó su dignidad en el infortunio. Acompañó a Antequera y le proporcionó el necesario apoyo popular. Su muerte prematura privó a los paraguayos de un conductor de temple y de lúcida inteligencia.

Fernando de Mompó o Mompós, de antecedentes poco conocidos, tal vez panameño o valenciano, era aventurero y altruista. Abrazó por puro espíritu de justicia la causa paraguaya. Recogió las ideas de Antequera y de Avalos y Mendoza y las llevó a sus últimos extremos en la célebre fórmula de que “la voluntad del Común es superior a la del propio Rey”. De reconocida ilustración en materia de leyes, asesoró a los comuneros en los últimos años del gobierno de Barúa y en los meses inmediatos al alzamiento contra Soroeta.

José de Urrúnaga, Antonio Ruiz de Arellano, Francisco de Rojas Aranda y Juan de Mena Ortiz de Velazco desde el Cabildo sostuvieron la lucha comunera, resistieron la persecución y el último de ellos padeció suplicio.

Fray Miguel de Vargas Machuca, criollo paraguayo, mercedario, defendió desde el púlpito la licitud de las aspiraciones comuneras y en un “Manifiesto” les dio fundamento ideológico. Se basó en la realidad paraguaya y en las corrientes populistas y suarecianas, de entraña española. Murió exiliado, en el convento de su orden en Corrientes.

José Dávalos y Peralta, natural de Asunción y de linaje de conquistadores, siguió estudios superiores en la Universidad Mayor de San Marcos, en Lima, hasta doctorarse en Medicina y en ella fue catedrático. De regreso en la patria, puso su talento al servicio de la causa comunera y Antequera se valió de él para comisiones de la mayor confianza. Parece haber viajado con éste a La Plata, pues dice Báez que en 1729 acompañó a Mompó en su venida al Paraguay. Falleció en Ajos ese mismo año.

Sebastián Fernández Montiel (1673-1753), también criollo, hijo de un Gobernador y nieto de otro, descendía de Domingo Martínez de Irala y de otros grandes capitanes del siglo XVI. Era el militar más sobresaliente de su tiempo. Desde 1705, militó en el bando comunero y organizó el ejército de Antequera en 1724. Durante medio siglo, combatió con los indios del Chaco y patrulló la siempre expuesta frontera con los dominios portugueses. Como otros viejos comuneros, en 1733 acompañó a Ruyloba y se negó a desampararlo en la hora de la derrota. Sus hermanos, Miguel, Alcalde Ordinario en l727; y Antonio, que lo había sido en 1726, también prestarán su decidido apoyo a la Revolución. Nueve varones de su estirpe tomaron asiento en el Congreso Nacional de junio de 1811.

Fernando Curtido, Miguel de Garay y Cristóbal Domínguez de Ovelar, comuneros de distinguida actuación en la segunda etapa de la lucha, asumieron la responsabilidad del gobierno sin temor a las represalias.

Ramón de la Llanas, que había venido de España como carpintero de un navío y adquirido relieve en el Paraguay, era temerario y a veces cruel. Puso su valentía al servicio del pueblo. Encabezó el ataque en el paso del Tebicuary, en 1724, y el año siguiente Antequera le confió el gobierno, al viajar él para presentarse a la Audiencia de Charcas. Fue uno de los promotores de la resistencia contra Soroeta en 1730, y sobrevivió muy pocos meses a esta última proeza. Su esposa, doña Lorenza de Mena, la hija de Juan de Mena, al saber la muerte de su padre, abandonó el luto de su reciente viudez y “se vistió de gala, para dar a conocer que su- aflicción se había perdido en el regocijo que le causaba una víctima tan gloriosa a la patria”, gesto que indica la identificación de la mujer paraguaya con las luchas de su pueblo en todos los tiempos.

BIBLIOGRAFIA.
  • Pedro Lezcano, “Historia de las Revoluciones de la Provincia del Paraguay”.
  • José Manuel Estrada “Ensayo sobre los comuneros del Paraguay”.
  • Rafael Eladio Velázque “Breve Historia de la Cultura del Paraguay”

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